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Confesión

La he matado

Ella no lo vio venir, estaba sentada sobre las piedras del acantilado, mirando como rompía en las rocas el mar, .., la espuma formaba remolinos que ascendían y jugueteaban mientras en precario equilibrio una gaviota graznaba y saltaba entre las rocas.

El cielo, plomizo vestía mis pensamientos de grises y claroscuros dejando que las gotas de una incipiente tormenta resbalaran por el puente de mi nariz queriendo suicidarse en su corta existencia sobre el suelo donde la gravedad, inoportuna y perpetua las reclama para sí.

La he matado, y no me arrepiento…

Al menos, todavía no, tal vez llore por ella, tal vez, en mi desnuda habitación su presencia inexistente se me haga eterna y entonces…

Pero qué hacer entonces….cuando te ves acosado, acorralado, amortajado cada segundo de tal manera que no puedes respirar…

Era la única manera posible, empujarla al vacío, ver como caía por el acantilado de afiladas aristas de piedra y se estrellara entre sus rocas, mecida después por la marea que se la llevara lejos, aunque me quede el recuerdo de su mirada al caer, al darse la vuelta en el aire y por un instante cruzar su mirada con la mía…y preguntarme entonces por qué….

Por qué…

Debía hacerlo, lo sabes, en el fondo, no soportaba tu peso, no soportaba la incomprensión que desencadenaba tu compañía, no podía seguir viviendo entre tantas páginas en blanco esperando….y siempre, esperándote…Inspiración….

1 Comment:

  1. Anónimo said...
    La musa que nunca llega... entonces se arroja el lapicero en un acto de desesperación porque no le llega al autor. El suicidio de el mismo, flagelación a su propia impotencia creativa, muerte al poeta, a sus ideas, a su vergüenza, amor propio, a sus ilusiones, a su falta de inspiración...


    Cuando queda sin una gota el alma acaba con ella...

    Ali

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