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Incomprensión.

Acabo de llegar de Londres, mi mochila huele a niebla y gotas de lluvia.


El tren se detiene en la estación con un suspiro de cansancio. Llego a mi destino, mi pequeña ciudad provinciana a la que, por motivos, “he tenido que emigrar” como diría “Siniestro” en su “Mía terra Galega”.


Es domingo, creo, y las calles a esta hora están vacías, tan solo yo y unos pocos viajeros anónimos nos deslizamos por la desierta estación.


Mi casa no queda lejos, unos diez minutos andando a buen paso. El golpe es brutal, de la bulliciosa ciudad metropolitana, con sus autobuses de dos pisos, taxis adormecidos en el tiempo y una increíble mezcla de culturas y razas, aterrizo en esta población anclada aún en sus miserias cotidianas como hace cincuenta años.


Enfilo la desierta avenida, con sus comercios cerrados. El viento aúlla entre los árboles de la alameda, haciendo revolotear a mi alrededor las caducas hojas, que juegan a ejecutar extrañas danzas entre mis pies y mi pelo. Sonrío, vuelvo al hogar, ¿no?.


Escucho a lo lejos un extraño retumbar, me sobresalta, pues no lo relaciono con nada conocido, pero lo dejo pasar.


Al llegar a la fuente de piedra, con su mansa agua creando espirales en su lecho, cruzo la avenida, internándome en el barrio antiguo. El castillo se perfila en lo alto de la colina, con sus pendones ondeando al viento, la cúpula de la iglesia a su derecha, con el reloj detenido eternamente en las 12:20 y las nubes robándole protagonismo al sol.


Dos calles más y llegaré a mi destino, me muero pode deshacer la mochila, darme una ducha caliente y descargar las cientos de fotos que he tomado, como un buen voyeur accidental.


Pero una sorpresa me aguarda, al doblar la última esquina una mole humana, silenciosa y apática me cierra el paso. Sorprendido y aturdido me detengo para comprobar como, en medio de la multitud, una suerte de extraños personajes con cucuruchos en la cabeza, imitando al ku klux clan, arrastran sus pies sobre el asfalto, portando en sus manos unos largos cirios encendidos.


El sobresalto es impactante, no sé que día es ni lo que están celebrando, pero de lo que sí tengo absoluta certeza es que la ceremonia, es absolutamente macabra.


Intento hacerme hueco entre la hacinada multitud de personas bien vestidas, pero se hacen una consistente piña, la cual es imposible de atravesar. Yo solo quiero llegar a mi casa.


Doy marcha atrás y tomo un camino alternativo, intentaré llegar por la parte de arriba. Tras diez minutos de laborioso periplo a través de las laberínticas callejuelas, me vuelvo a encontrar con el muro humano.


Pero esta vez no podrán conmigo.


Utilizando mi mochila como ariete, la incrusto entre dos hombres de mediana edad que, tras varios improperios y vejaciones verbales destinados a mi persona, ceden unos milímetros que aprovecho para meter la pierna y hacer palanca, apareciendo en mitad del circo ambulante que atraviesa las calles. Estupefacto, miro a derecha e izquierda, mis largas greñas y descuidada vestimenta desentonan entre mantos blancos y lilas, coronados por capuchas puntiagudas.


Las miradas se clavan en mi pobre esqueleto, siento cientos de puñales que me atraviesan y rayos saliendo de sus ojos.


Reacciono y pongo pies en polvorosa, en cuatro fugaces pasos salto a la parte contraria de la calle enfrentándome a los aférrimos seguidores del espectáculo que, ahora sí, me dejan paso libre. No sin antes dedicarme ciertas lindezas, directas e indirectas que me resbalan sobre la mochila para caer espachurradas contra el suelo.


Libre, por fin…


Ante mí, un estrecho corredor, pues no se le puede denominar ni siquiera callejuela, me abre paso hasta mi hogar, al que llego exhausto y dolorido en mi fuero interno.


A menos de diez metros de la puerta, por la calle donde desemboca la diminuta plazuela donde vivo, de nuevo veo el muro ¿inhumano?. Y deslizándose en medio de su curso, el continuo baile de helados de fresa y nata invertidos.


Entro en mi casa, arrojo la mochila al suelo y subo corriendo al segundo piso, donde se encuentra el estudio. Abro las ventanas de madera de par en par, estoy cabreado, herido en mi fuero interno y en mi orgullo.


En una esquina duerme mi pequeña y negra alma de acero, la acuno suavemente entre mis brazos y le doy vida conectando el amplificador.


Una sonrisa cruel se dibuja en mi rostro.


En la calle, el silencio de la cabalgata mortuoria, se impregna despaciosamente de la carencia de unos lejanos tambores, tocando un solo y acompasado ritmo.


El "Marsahll" cobra vida, un zumbido que va aumentado de volumen conforme giro el potenciómetro.


El pedal de efecto "Overdrive Distorsion" se ilumina al ser presionado por la punta de mi pie.


Cierro los ojos…sonrío…y mi "Les Paul" cobra vida, tiñendo de un sobrecogedor aullido de rabia las paredes de mi pequeño ático, atronando mis oídos que supuran venganza.

Bocanadas de notas entrelazadas escapan al exterior por las ventanas abiertas, donde cientos de manos se tapan los oídos, ojos se cierran de rabia, tambores pierden el ritmo, y velas se apagan al caer al suelo presas del temblor de manos de sus propietarios.


La locura dura escasos minutos, pero para mí son la panacea más inmensa del mundo.


En mi delirio, las yemas de mis dedos se hieren en el veinteavo traste, ejecutando un convulso baile sobre el diapasón, hasta que el crujido de una cuerda al romperse me devuelve a la realidad.


Sonrío, el éxtasis ha terminado.


Cierro las ventanas, en la calle se escuchan quejas, murmullos, palabras insolentes e irracionales.


El timbre de mi casa arde en convulsas y repetitivas llamadas.


Cierro la puerta de la escalera, me acerco al equipo de música y dejo que me envuelva la música de Stan Getz con su "Girl of Ipanema"...


Sobre la mesa, el último libro de Joe Hill, enciendo una vela y una ramita de incienso.


Voy a prepararme un té…

3 Comments:

  1. Felisa Moreno said...
    Un extraño relato, creo que se mezclan demasiadas cosas, al menos yo no he llegado a entenderlo bien. Me ha gustado mucho el inicio, pero me he despistado en el final.
    Saludos
    Nómada del Mundo said...
    tal vez tengas razón Felisa, he delirado un poco... Quería intentar plasmar el choque que puedes sufrir entre dos culturas completamente contrapuestas y, el hecho sufrido en mis propias carnes, de no poder llegar a tu propia casa por la determinación cerrada de las "gentes". El final es "idealizado", la venganza que no me atreví, pero que me hubiera encantdo...¿soy malo...?, tal vez más de pensamiento que de acto...

    Gracias de todos modos por estar ahí, al otro lado de mis letras.
    Infiernodeldante said...
    Uff. Habia dejado mi comentario, pero no me lo tomó. Va de nuevo. Tercer intento. Espero que esta vez, amigo, me lo tome. Sino, volveré a intentarlo mañana.

    Decía en ese comentario, que la Les Paul, obró de nexo en dos realidades tan contrapuestas como distantes en el tiempo. El regreso a tu pueblo, desde una ciudad como la que describis en tu entrada, se fusiona en los acordes que conseguis arrancarle. Me gustó. La forma en que fuiste enlazandolos me gustó. Un abrazo, hermano. Y cruzo los dedos para que mi conexión me deje grabar el comentario.

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