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Crueldad





Te veo postrada en el sofá, con tu dorada piel de caoba brillando bajo los rayos de sol que te acarician.

Te deseo y te necesito, te anhelo y sin embargo, el destino es un cabrón con sotana de enterrador. Mis dedos duermen el sueño de los necios, las uñas, muertas y ennegrecidas en esa estúpida curva que me dejó agónico cuando, de sopetón, una placa de hielo creada al amparo de la sombra de la montaña, deshizo mi vida. Quedé inerme entre las brasas de un retorcido conjunto de hierros que iban churruscando mi piel, con la irrefrenable furia del fuego.

Desperté entre un coro de serafines vestidos de blanco, armados de mascarillas y escalpelos, afanándose como hormigas en el trabajoso dilema de qué parte de mi cuerpo serviría para injertar un trozo de piel.. En mi inconsciencia, pude sentir y escuchar como alguien elegía, para mi bochorno y mientras me acariciaba suavemente y con manos expertas, el lado derecho de mi impúdico trasero. Entre idas y venidas del país de Morpheo, desperté a las dos semanas embutido en una camilla, con tubos injertados en cada cavidad de mi cuerpo.

Tras nueve meses de hospitalización, privado de mis movimientos y alejado del mundo como un ermitaño, ya que en la unidad de quemados no podía recibir visitas, por miedo a los posibles contagios, ya que mis defensas eran más bien nulas o inexistentes, volví a casa.

Allí me esperabas tú, en el mismo sofá rojo donde me despedí de ti, jurándote que no volvería y sin embargo, aquí muero de nuevo, a tus pies, queriendo sentir el contacto de tu piel, acariciar tu estilizado cuerpo, resbalar por la sinuosidad de tus formas. Crear en cada caricia una nueva melodía que acune tu belleza.

Caes en mi regazo, rendida a mis súplicas, deseando el contacto de mis dedos, que se niegan a posarse sobre ti, mientras una lágrima se desliza por mi mejilla con la lasitud de un eterno moribundo.

Hoy, quisiera poder formar con mis manos el acorde que te hiciera vibrar sólo para mí.

Perfilo con mis dedos el bemol de mis sueños, imagino el enarmónico Do sostenido y vuelvo a dejarte en tu pedestal, mientras el río de mi tristeza se desborda.

Te observo, brillante y hermosa, tal vez algún día pueda volver a acariciarte, mi Gibson Les Paul.

2 Comments:

  1. Felisa Moreno said...
    Pasé por aquí, muy bueno el relato, siempre, en algún momento la vida nos obliga a valorar lo que tenemos.
    Un abrazo.
    Anónimo said...
    Hola, acepté tu invitación.
    Muy lindo el relato. Un poco triste, pero muy profundo. Por un instante he vivido tus palabras, hasta el punto de emocioname con ellas. Eres capaz de crear una empatía con el personaje, desde las primeras palabras.

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