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La Urna



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25 de Octubre del Año del Señor de 1415. Norte de Francia.

Mi Señor ha muerto, una flecha inglesa le ha atravesado el pecho, saliendo por la espalda y clavándoseme en mi escudo, donde las armas de mi familia lucen las heridas causadas por las numerosas batallas. A pesar de la pesada y costosa armadura, a la distancia de menos de cincuenta metros que nos separa su primera línea de arqueros, esas mortificantes armas nos están vapuleando. Llegamos al campo de batalla con una proporción de tres contra uno a nuestro favor, y sin embargo, estamos siendo aniquilados por culpa de la ineptitud de nuestros mandos y la apabullante superioridad del armamento inglés. Nuestros caballeros con sus corceles de guerra han conseguido llegar hasta su posición, pero son repelidos una y otra vez, unas enormes estacas de madera afiladas como cuchillos defienden el cuerpo de arqueros, impidiendo que ningún caballero ose atravesar la empalizada, que se ha convertido en un improvisado mortuorio, donde los caballos de guerra han quedado ensartados por sus vientres.

Nuestro jefe de Ballesteros, David de Rambures ha caído, atravesado también por una de esas temibles saetas. A pesar de todas sus advertencias, pues puede que haya sido uno de los pocos hombres cabales en la contienda de hoy, fue llamado a poner en marcha sus huestes sin la protección de los enormes escudos, que protegían a los ballesteros a la hora de cargar sus pesadas y enormes armas. Esta laboriosa y penosa labor les ha acabado costando la vida ya que, ante la cadencia de disparo de tres proyectiles por minuto de estos, los arqueros ingleses desarrollan una velocidad notablemente mayor.

El sudor empapa mis ojos, la cota de malla se pega a mi cansado cuerpo, el yelmo, caído a mis pies se ha convertido en un artilugio inútil que pesa sobre mi cabeza, impidiéndome luchar con coherencia.

Nos vuelven a ordenar cargar, mis compañeros, cansados y heridos se miran entre sí, las heridas duelen, mas el orgullo y el honor de la derrota son más pesados si cabe.

La formación inglesa, en forma de cuña, con los hombres de armas protegiendo a los arqueros avanza paso a paso hacia nosotros, las hondonadas de flechas caen por doquier, arrancado decenas de vidas. El cuerpo de mi señor Luis, conde de Vendôme, yace desmadejado junto a los cadáveres de sus propios vasallos, acribillados, ensartados por el castigo que nos cae del cielo.

Escucho gritos a mi derecha, Guillermo de Saveus nos arenga a la carga montado en su imponente cabalgadura. Un grito unánime se alza sobre el fragor de la batalla proveniente de miles de gargantas, y marchamos como una sola masa humana a estrellarnos contra los invasores. Las defensas van cayendo entre gritos y mandobles, y al contacto con sus espadas, se desata la terrible meleé, la lucha cuerpo a cuerpo. He visto a Guillermo caer de su caballo, atravesado por una de esas terribles estacas. Un arquero, sin armadura, se ha acercado hasta él, que yacía tendido cual largo era, intentando volver a ponerse en pie, cuando ha sido atravesado por la daga del arquero, que introdujo su misericordia por las ranuras del casco, hundiéndola en su cráneo.

La lucha es encarniza, creo ver huir a los arqueros ingleses, que tiran sus armas al suelo, pero no, no huyen, con la agilidad que les proporciona su escasa vestimenta, echan mano de sus armas de mano y se abalanzan sobre nosotros. Más lentos y pesados con nuestras armaduras somos aniquilados paulatinamente por esos desarropados que van prácticamente desnudos.

Siempre ha sido así, en el campo de batalla, cuando un caballero o un hombre de armas arroja sus armas al suelo en señal de derrota, es tomado prisionero y respetada su vida. Mas veo a mi alrededor como mis compañeros rendidos son degollados sin piedad por la analfabeta horda de desarropados arqueros, sacados de sus granjas y reclutados para esta guerra sin un ápice de conocimientos sobre las leyes de la caballería.

Alguien me ha golpeado en la espalda, caigo de bruces, mis manos se hunden en la enlodada tierra, la sangre de mis compañeros tiñe cada pedazo de terreno, el tronar de la lucha se desvanece de mis oídos, un nuevo golpe en el costado me tiende de bruces en el suelo, quedando a la merced de mis enemigos. No puedo esperar compasión, hoy es el final de una era.

Sobre mis costillas se hunden las rodillas de un enemigo, veo su sonrisa enloquecida, y la daga de la misericordia enarbolada en su mano, con la sangre resbalando por su filo. Miro el sol, que se esconde entre las nubes, quiero gritar, tal vez, pedir clemencia. Mis palabras se las lleva el tajo que cruza mi garganta, mientras el boqueo de mi respiración se lleva el último estertor.

2

¡Atención, atención, alerta roja en la cápsula número 3!

La metálica voz de la alarma se eleva por encima del sistema de refrigeración de la sala, en los monitores principales, un torbellino de luces rojas se atropellan en un angustioso baile. El Técnico Principal, atemorizado y desbordado por la inminente tragedia se deshace en intentos por aplacar la orgía de avisos, advertencias y mensajes de alarma.

- ¡Sáquenlo de ahí!, ¡Vamos!, ¿A qué esperan?

La atronadora voz del Supervisor de Turno llega amortiguada por el ulular de las sirenas. Dos Técnicos de Campo, enfundados en trajes de una sola pieza de color crema, con mascarillas de oxígeno aplicadas sobre su sistema de respiración, abren las aperturas de urgencia del sarcófago. Con un interminable siseo, el aire comprimido se derrama a través de las válvulas de escape, un frío intenso recorre la espina dorsal de los dos Técnicos. La tapa de kevlar se eleva, con amortiguada cadencia. En el interior, un cuerpo embutido en un traje de látex negro yace sobre un lecho de espuma blanca, a la altura de su cuello, un hilo de sangre se derrama, gota a gota.

3

El despacho es de color marfil, en las paredes dos cuadros de Kandisnksy con las atrapantes pinceladas de color reclaman la atención del invitado que entra por primera vez. Detrás de la inmensa mesa de caoba, una pared de cristal nos invita a sumergirnos en el oscuro espacio profundo. Las estrellas, los planetas, los arrecifes de asteroides, pasan de largo ante sus ojos, como una secuencia de comandos en la pantalla del ordenador. Una música suave se materializa a través de unos diminutos altavoces planos. Sobre la mesa, una pantalla táctil deja traslucir el informe del incidente.

Gerard, el Supervisor de turno, está sentado en una sencilla silla de acero blanco. La pierna izquierda ejercita un convulso tic mientras intenta mantenerla quieta con sus manos, que descansan en su regazo.

- Bien Gerard, entonces, ¿tenemos claro el incidente, las causas y efectos?

La voz proviene de su espalda, un hombre de uniforme, con las siglas de la FU sobre la estrella de plata que domina su pecho le interpela con voz autoritaria, acostumbrada al mando.

- Bueno Señor. Si ha leído mi informe, puede comprobar todos los datos técnicos –la voz del Supervisor de turno, a su pesar, suena temblorosa, falta de convicción.

- Ya lo he hecho Gerard, y creo ver lagunas que espero, usted sepa aclararme.

El oficial, el Almirante Svyatoslav se sienta pesadamente en el sillón de piel de morsa y mira fijamente al interpelado. Sus ojos, de un gris lobuzno, dan la impresión de hundirse en los de su interlocutor.

- Dígame, como es que, a pesar de estar dentro de un sarcófago de Kevlar, enfundado en un traje de látex negro, al abrir la tapa se han encontrando al Sargento Emeret degollado.

Las palabras, dictadas con énfasis pero sin dureza, dinamitan la moral del Supervisor.

- Señor, no tenemos explicación posible que nos lleve dar con la solución al enigma, a menos…

- ¿A menos qué? – le corta Svyatoslav drásticamente – ¿me va a decir ahora que la única explicación plausible, es El Dilema?

Gerard traga saliva, sabe perfectamente que la única explicación a todo lo ocurrido es precisamente, aquello a lo que no quieren enfrentarse. Lleva dos años al mando del Proyecto Génesis, el cual nació con el propósito de poder crear un entorno virtual tan real, que mente y cuerpo fueran uno sólo. Hasta ahora la experiencia había bien encaminada, gracias al nicho de Kevlar, que protegía al usuario, a la espuma electro conductora y el traje de látex que envolvía completamente el cuerpo como una mortaja. Decenas de ensayos habían demostrado la capacidad de la mente de poder llegar a un estado consciente dentro de un sueño inducido, y a la vez, crear todo tipo de sensaciones reales. Ciertamente, cuando uno entraba en “La Urna”, nombre que le se le había asignado popularmente al invento, sería inducido mentalmente a través del tiempo, el Superordenador creaba y controlaba los mundos a los que la mente viajaba y los aspectos del entorno, características, dificultad, etc.

El problema había surgido un par de meses atrás. El sujeto, al abrirse La Urna salió conmocionado de ella, gritando y delirando en un idioma desconocido. Se pensó en una enfermedad mental que tal vez estaba latente en su cerebro y, gracias a los estímulos de la Hipnorealidad, se había desarrollado con todo su potencial. A la semana siguiente el caso fue mucho más grave. El sujeto apareció con las constantes vitales apagadas, o sea, muerto. La autopsia demostró que había muerto ahogado, aunque en sus pulmones no se encontró ni una molécula de agua. Varios casos, con mayor a menor dramatismo se habían ido sumando a los anteriores, llevando a algunos de los científicos del proyecto a una extravagante y estremecedora teoría.

El Dilema.

La teoría defendía que “era posible que los viajes en el tiempo inducidos en la mente, fueran de hecho, verdaderos. De modo que la mente del viajero llegara a suplantar la de una persona real en el tiempo y lugar al que era inducido.”

Esta creencia, era en todo caso, espeluznante.

Al menos, hasta el día de hoy.

- Señor, si me lo permite – el temblor de las rodillas del Supervisor iba en considerable aumento- hemos estado investigando. En su pantalla – le hizo una seña hacia el cristal iluminado que ocupada la mitad del escritorio, puede ver el dossier que acabamos de recopilar.

El informe que le mostraba Gerard, corroboraba una terrible y desagradable realidad, que no era fácil dejar de obviar. El Mayordomo del Conde de Vendôme, Jacques de Calais, personaje que teóricamente habría sido inducido Hipnorealmente en el Sargento Emeret, había muerto en La Batalla de Agincourt degollado por un arquero inglés tras caer al suelo de un mandoble de espada, que le acertaría el noble inglés Lord Tomas de Camoys. La expresión del Almirante Svyatoslav se tornó sombría mientras leía los archivos adjuntos, tras lo cual apagó la pantalla y miró fijamente al Supervisor.

- Está bien Gerard, tú y tus hombres estáis relevados de operaciones hasta nueva orden.

- ¿Señor?

- Es una orden Supervisor, no tiene derecho a discutirla ni contravenirla, de lo contrario serían aplicadas las debidas acciones reglamentarias.

Gerard se levanta pesadamente del asiento, en su cara se reflejan la contradicción y la frustración de quien es vapuleado sin motivo por sus superiores, sin derecho a réplica ni explicación alguna. Con un saludo marcial, se da media vuelta y se encamina hacia la puerta, que se abre deslizándose por invisibles guías a su paso.

Tras él, el Almirante Svyatoslav mira con expresión ausente el infinito mar de constelaciones que van quedando atrás a cada año luz recorrido.

4

10:00 AM. Una semana más tarde.

La tapa de Kevlar se cierra con un ruido sordo, activándose los seguros que hermetizan su interior. En su vientre un invitado de excepción. El Presidente de la Federación Universal (FU), Tsubasa Hinata. Invitado personal del Almirante Svyatoslav, se ha ofrecido voluntario para probar el revolucionario invento que se convertirá en uno de los más increíbles avances para la Humanidad.

- ¿Todo dispuesto para la Hipnorealidad?

- Activando sensores de rotación.

- Constantes vitales en orden.

- Superordenador en Stanby esperando activación.

Las órdenes son recibidas por un micro altavoz insertado en la oreja del Almirante Svyatoslav, el cual desde su despacho, controla diversos mandos a través de su consola.

- Esperando confirmación para el lanzamiento.

- Confirmación recibida

5

6 de Junio de 1944

Las barcazas se aproximan lentamente a la playa de Omaha, en su interior, aterrorizados soldados rezan, lloran o simplemente se dejan caer sobre sí mismos. El aroma del miedo se respira en cada inspiración.

Las explosiones se suceden a su alrededor, inmensas olas se estrellan contra la embarcación, quedan pocos metros para llegar a la playa. Las balas de las MG 42 alemanas se estrellan contra las barandillas de hierro, entran en los cascos de los soldados y salen en una terrible explosión de carne y hueso. Los gritos de miedo se suman a las arengas de los mandos. Con un violento choque, la embarcación embarranca en la orilla. Los portones se abren dejando salir de su vientre la carnaza para la matanza. Los proyectiles vuelan, los cuerpos caen, los vivos intentan huir del ataúd de metal saltando por encima de sus compañeros caídos. El soldado John Smith logra salir en el último momento, en sus ojos, la terrible realidad de una muerte inminente deja ver a un aterrorizado ser que vive dentro de él, Tsubasa Hinata grita desesperadamente en el momento en que un proyectil enemigo se hunde en su estómago.

En un despacho, a años luz de la tierra, y con cuatrocientos años de diferencia, el Almirante Svyatoslav sonríe mientras lee atentamente la ficha de un soldado inglés, de nombre John, apellidado Smith, muerto en el día D, en el Desembarco de Normandía.

2 Comments:

  1. Neogeminis Mónica Frau said...
    Los sueños de viajar en el tiempo han estado presentes en la fantasía de los mortales desde siempre. Tu idea de esta cápsula de la "hipnorealidad" tiene además la trágica consecuencia de asumir las mismas muertes de quienes aparentemente sólo serán testigos inducidos de aquellos momentos trágicos de la historia...muy interesante relato, lo leí con atención hasta el final.

    Saludos!
    TitoCarlos said...
    Desde hace tiempo se piensa que quien tenga el tiempo en sus manos, tendrá el mundo en sus manos.

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