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Emboscada




El cielo, plomizo, cubre el campo de batalla, con su manto grisáceo. Estoy tumbado en el suelo, arrastrándome hacia mi objetivo, silencioso. Es el momento de demostrar mi valía. Los proyectiles enemigos vuelan a mi alrededor, incrustándose contra las paredes y el suelo. Veo saltar las volutas de polvo delante de mí, me arrincono en mi protectora esquina, mientras respiro hondo, tranquilizándome. Tras de mí, mis compañeros de armas avanzan metro a metro, conquistando terreno enemigo. El sudor empaña mi campo de visión, resbalando a la par bajo mi uniforme, donde el chaleco antiproyectiles se ajusta protectoramente a mi torso.

Una nueva salva se estrella cerca de mi posición, es el momento, miro a mi camarada que me cubre tres metros a mi izquierda, quito el seguro del arma y salto hacia delante en un alocada carrera para alcanzar mi nuevo parapeto. A mi alrededor los proyectiles zumban como abejas enfurecidas, aprieto el gatillo en un torbellino de adrenalina, esperando que alguno de mis disparos alcance su objetivo, mientras ruego por la puntería de mis compañeros, no quisiera recibir un impacto por la espalda. Tras una ventana sin cristales y con los goznes de las puertas de madera desvencijadas, vislumbro la sombra de un uniforme, apunto un delirante instante y apreto el gatillo mientras caigo al suelo detrás del contenedor de basura metálico, antes de desaparecer tras mi nuevo escondrijo puedo ver como el impacto alcanza a mi enemigo en el hombro izquierdo. Uno menos.

Escucho gritos a mis espaldas, un compañero ha caído alcanzado en la cabeza, desde mi posición puedo ver la rojiza mancha que cae sobre sus ojos.

Apreto fuertemente mi arma, asomo los ojos un instante mientras efectúo una rápida descarga sobre las paredes del edificio, cubriendo el avance de mis compañeros. La respuesta no se hace esperar, varios impactos se estrellan contra la esquina del contenedor. Miro tras de mí, al punto de ver como un compañero es alcanzado en una pierna. No puedo moverme, las descargas enemigas se recrudecen, y varios impactos se estrellan contra su cuerpo. Me arrastro hacia el lado contrario del contenedor, asomo despacio la mira de mi arma, y disparo si apuntar una ráfaga tras otra. De repente, todo queda en silencio.

Cuento hasta 10, y vuelvo a empezar, respiro hondo, afirmo mis pies en el suelo plagado de agujeros y salgo arrastrándome hacia un pequeño muro de piedra, desde allí, me separan tan sólo unos metros a la entrada del edificio. Las ráfagas de contención no se hacen esperar, siento los impactos a mi alrededor, no quiero pensar, me levanto en un último salto, en el momento en que dos proyectiles se estrellan contra el trozo de tierra que ocupaba un instante atrás. Me echo a tierra, con la enfebrecida cadencia de mi corazón golpeando mi pecho. Unos metros más, tan sólo unos metros más…

Miro el hueco vacío de la puerta del destartalado edificio donde se guarece el enemigo, si puedo llegar hasta ella podré cogerlos por sorpresa, y con suerte, asestar un golpe en su retaguardia, aniquilándolos. Cierro los ojos, vuelvo a comprobar mi arma, no deseo quedarme sin munición en el momento más crítico. Golpeo mi casco con mi mano, para infundirme valor, cuento hasta tres y efectúo la última carrera. Mis botas vuelan sobre el asfalto, esquivando los cascotes que cubren el suelo. Un metro, las detonaciones se recrudecen, dos metros, escucho gritos en ambos bandos, tres metros, tenso el dedo sobre el gatillo de mi arma, cuatro metros, cruzo el umbral a la par que un grito salta de mi garganta estrellándose en las desnudas paredes de hormigón. Cinco metros, aprieto el gatillo en un alocado frenesí, delante de mí cuatro enemigos vuelven sus armas, la cara demudada de espanto. Los proyectiles vuelan estrellándose contra sus cuerpos, el tiempo se ralentiza como si pudiera ver la escena en cámara lenta. Alcanzo al primero en el pecho, y un rojizo cráter nace de su uniforme, giro el arma a la derecha, disparo de nuevo apuntando a su cabeza, puedo ver estrellarse el proyectil entre sus ojos, el tercero se refugia tras un pilar, mientras el cuarto efectúa una rápida descarga sobre mi cuerpo. El tiempo se detiene, el corazón cae en picado, mientras siento el impacto de los proyectiles sobre mi pecho.

Levanto el brazo, en señal de derrota, sobre el mono de plástico blanco dos machas rojas de pintura señalan los puntos donde he sido alcanzado.

Por hoy, la guerra ha terminado, la próxima partida de paintball me esforzaré más.

4 Comments:

  1. Neogeminis Mónica Frau said...
    ufffffffffff qué alivio!!...de veras creí que se trataba de una guerra real!!..me voy más contenta! ejjeje

    saludos!
    Daría said...
    :) Me gustó volver a leer este relato...

    Un abrazo.
    pájaro pequeño said...
    Y que bueno esta narrado... hasta me crei que era una guerra real, hahahaha!!
    Alosia said...
    No soy amiga de relatos de guerra, pero este, apesar de tener mis reservas al empezar a leerlo, me ha gustado mucho, sobretodo por el final.
    Saludos Alosia

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