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Una palabra

Veo caer la hojas sobre el jardín, mecidas por una brisa que roza la punta de mi nariz, donde el calor de tus labios quedó perenne y a la par, tan lejana, tan distante que en honor de tu recuerdo recreo con la yema de mis dedos tu silueta sobre el aire. Puedo parecer pueril, incluso infantil, debe ser mi lógica, mi incapacidad de ver la vida si no es a través de un cristal, empañado de tristeza en ocasiones. Podría también decir que te extraño, pero mentiría, como el niño que sonríe en sus adentros cuando a la madre, se le olvidó incluir verdura en su plato y se disculpa, sumisa. Es más simple que cualquiera de esas cosas. Podría resumirlo a la ausencia que provoca tu presencia. ¿Extraño?. Queda poco ya para verte, como todos los días, miro el reloj y ejerzo un pequeño cálculo en mi mente, dispersa. Febrero se muere en la punta de mis dedos y así el sol volverá a brillar, trayendo el eco de tus tacones y el tirante sobre tu hombro, bailarín.
Y así, cuando te veo pasar por delante del porche, con el tintineo de tus pulseras, el repiqueteo de tus pasos en la acera y tu sonrisa de labios rojos, imagino por un segundo ser capaz de hablarte, de saludarte siquiera, de ofrecerte el ramo que, cada mañana, recojo en el jardín, margaritas, azucenas, lirios, que dejo en un pequeño jarrón a mi lado, dolientes. Pero de nuevo, mi acoquinamiento se hará dueño de mis sentidos, y quedaré tendido y frágil, como un viejo manuscrito olvidado en la última balda de la estantería, donde el polvo se acumula y las telarañas se hicieron las dueñas, dejándonos a ambos instaurados en el olvido. Escucho el rechinar de las ruedas del carrito, donde, como cada día, mi nieta por unos segundos ilumina mi mundo, con sus pequeñas manitas queriendo atrapar el aire, su risa me acompaña y aviva mi dormido corazón, sus hoyuelos se hunden en esa preciosa y rosada piel y detrás, su madre, mi hija, vuela sobre los adoquines, sin saber quien es el viejo que desde esa balaustra cada día, la sonríe, y nunca le dice nada, por no saber, no sabe ni su nombre. Y todo, por una palabra, nunca expresada, nunca dicha, muerta en mis labios.

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3 Comments:

  1. Neogeminis Mónica Frau said...
    Palabras dichas...palabras calladas...palabras censuradas...que no mueran sin nacer, las pobres...que sin su vuelo pierden su sentido.


    un abrazo.
    aldhanax said...
    Qué lindo relato, me encantó, es muy dulce.
    Besitos
    Duna said...
    Quien fuera tu mochila, el vaso de tu desayuno, tu silla....

    Tengo que venir luego, con calma.Sabes que tus historias me encantan, y te he extrañado.

    Gracias por llegar a mi.
    Besos

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