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La vigilia...

OH! Lucy, mi dulce niña. La prematura luz de la madrugada se filtra por la obscena ventana, para reflejarse en vuestras sonrosadas mejillas.

Mi adorada, que venero los bucles de vuestro pelo, el aroma de vuestra piel, tierna, tan púber y bendita, que mi cuerpo se estremece al recordar su contacto.

Vigilo vuestros sueños, velo vuestras noches en la soledad del cuarto, recorro con mis dedos vuestra frágil silueta, que se mece al compás de la respiración y noto el calor de ese vientre hambriento que venero. Cada noche avanzo un paso más, dejo que mi lascivia me conduzca, en vez de sofocarla, cuando un fugaz retazo de piel se perfila a través de las finas sábanas de seda.

Me temo, querida, que en cualquier momento pudiera sentirme tentado y acabar viéndome abandonado a mis delirios, de forma que, el resultado de los mismos, fuera de gran escándalo para vuestra honra.

Suspiro, más por el placer de hacerlo que por necesidad. Os observo, con lasitud de pensamiento, y en mi mente, el mismo horroroso y tentativo instinto me insufla, machaconamente que devore vuestra impúber esencia.

¿Qué hacer? Cuando os miro y el anhelo de poseeros me invade, más fuerte, más poderoso que cuantos haya podido sentir en esta existencia mía.

Estas últimas horas, cuando os removisteis en vuestros sueños, y la suave piel de vuestro cuerpo quedó a la vista de mis ojos, me creí desfallecer.

Me acerqué despacio, con la voluntad obnubilada, dejé que mis dedos rozaran vuestra piel, sentí como el vello de vuestro cuerpo se erizaba a mi contacto. Desde el mentón de vuestro rostro, deslicé con suave tacto mis dedos sobre la garganta hasta el hombro e hice caer el tirante para dejar a la vista la sonrosada aureola de vuestros pechos.

Vuestra respiración, agitada, parecía darme permiso para proseguir mi camino, así que mis dedos franquearon vuestro ombligo, y cayeron en el abismo de vuestro vientre.

Qué decir, que no haya sentido antes, el calor que invadía mis sentidos. Fue entonces, tengo que admitirlo, cuando mi boca se posó en vuestra piel y mis labios besaron el extremo anhelante de vuestro pecho, notando la erección de vuestro pezón dentro de ella, vuestro jadeo convulso, hasta que ya fue tarde?

Llega el día, y con él me despido, con una sonrisa que deja a la vista una rojiza perla que se desliza de mis bicentenarios comillos.

2 Comments:

  1. Pilar said...
    Me encantó la composición de lenguaje ambientando imágenes seductoras que no presagian la sorpresa del final.

    Abrazos desde mi sur
    Pilar
    Neogeminis Mónica Frau said...
    jajaja...muy bueno!...erotismo vampiresco a flor de piel!


    Saludos!

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