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Diarios de la calle.


La ciudad duerme como un viejo dragón aletargado. En su interior, las almas de eternos moradores de las sombras se mueven en silencio en un frío y convulso baile, como la helada sangre que circula por el corazón del reptil. La ciudad, espejo de miserias humanas, boca del infierno donde anidan las más inmundas obscenidades del ser humano, grosera puerca que escupe desde su esquina al verte pasar.

En este mar de fondos de botella vacíos se repite incesantemente la misma historia. Flecos descosidos de un mantel que cubre el rostro de un moribundo ante su último hálito de vida, en un intento porque no se descubra en sus temerosos ojos el miedo a enfrentarse a lo desconocido.

Los charcos devuelven mi imagen, las bombillas chisporrotean en las farolas y el vapor se escapa de las alcantarillas. La ciudad, bruja que mira desde el otro lado de su bola de cristal, se ríe mientras nos vilipendia con su boca viperina.

Estoy cansado, harto de este mundo que me ha tocado vivir y que no ofrece descanso alguno. La noche es larga, como una puta flaca y desgarbada que enseñara sus escasos encantos al transeúnte anónimo. El frío se agarrota en mis tripas y me cuesta respirar.

La ciudad, esta cerda insatisfecha que siempre exige su precio hoy nos ha dejado su sanguinolento trofeo.

Me detengo, tiro el habano al suelo y con la punta de mi zapato lo oprimo contra el asfalto. El cielo se ha aliado con el viento y en un tétrico contubernio se empeñan en dejar caer heladas gotas de lluvia que salpican mi rostro. Mi boca es una mueca que enseña los dientes, como un lobo que acechara a su presa.

Escucho un motor a lo lejos, una motocicleta de gran cilindrada pasa de largo y la estela de su piloto queda perenne en mis ojos, como una lágrima de sangre que rodara por mi mejilla.

La ciudad, dama y señora de las derrotas.

Respiro hondo, dejo caer mi rodilla sobre la tierra a la que todos volvemos y descubro el cadáver.

Unos ojos vacuos me miran desde el infierno. Una boca muerta esboza una sonrisa amarga. La suave piel del cuello cortada en un precipitado e innatural cráter. Su pelo negro se abre como un abanico en un lienzo de sangre.

La ciudad y sus caprichos. Enciendo un habano. Sólo es una noche más.

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