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Para ti.


Llovía. Las gotas resbalaban por tu paraguas, como lágrimas de un tiempo olvidado. Y en silencio – ese que hoy es tan lúgubre – nos mirábamos despacio. Tus ojos eran un espacio infinito, un insólito paraje donde imaginé perderme. Tus labios se abrieron despacio, sin emitir sonido alguno, tal vez una palabra urgente, un latido que se escapara por tus poros y quisiera arrastrarme. Despacio, el reloj se detuvo. Sobre nosotros, el tiempo nos observaba, impertérrito. Las ancianas piedras se susurraban viejas historias, reían, dejaban que el agua se deslizara sobre su fría piel, mientras su sombra nos acunaba. Debajo de un arco del acueducto te acercaste a mí. Yo temblaba. Tú también. Ni una solitaria fotografía, ni un detalle de ti. Sólo tu voz y tus palabras grabadas en mi piel. Promesas hechas a la luz de una pálida bombilla que iluminaba un cuarto vacío. Noches insomnes, como un tubérculo escondido bajo tierra, en las que escuché tu risa. Horas robadas al sueño. Palabras dictadas al aire, escritas en papeles en blanco, que se borraban al pulsar “delate”. Siempre impregnadas del temor del rechazo, de ese “no vendrá”, “me dará calabazas”, “estoy haciendo el tonto – de nuevo -“.

Pero ese día fue distinto. Ahí estabas tú, enfundada en una sonrisa traviesa. Una mano sosteniendo un frágil paraguas y la otra apoyada en mi pecho. Hoy hace nueve años de aquellas caricias compartidas, besos robados, orgasmos enfundados de ruegos: no te vayas, todavía es pronto. Las noches de hotel que se sucedieron despacio; escapadas habitadas de miradas furtivas al reloj, de sudores embadurnados de prisa.

Sin un por qué, nos perdimos la pista. Una noche olvidamos recordarnos. Quizás era más fácil que el tiempo se adueñara de nuestro recuerdo. Y sin embargo, fuiste la primera que creyó en mí.

Hoy te recuerdo como entonces, con la sonrisa cómplice, el corazón azorado. Hoy pienso en ti y no te olvido, aunque ya nunca pueda hablarte al oído. Y duele. Hace tanto daño. La vida es un regalo, un capricho del que disponemos por tiempo limitado, y el tuyo caducó antes de plazo. Jamás te olvidé. Siempre fui tu duende. Tú nunca dejaste de recordarme, lo sé.

Un beso María. Allá donde estés.

Siempre te querré.



2 Comments:

  1. Neogeminis Mónica Frau said...
    Hermosa manera de recordar...
    Un abrazo.
    mar... said...
    Los recuerdos más valiosos siempre son los que más nos duelen.
    Preciosa e intensa forma de recordar.
    Un saludo de Mar

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