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Combustión interna


Las nubes presagian tormenta. El viento sopla con fuerza y las herrumbrosas farolas del barrio de La Alhóndiga se mecen al compás, con el titileo de sus bombillas dentro de sus sucias celdas de cristal, como guiños de un alma bruja. Imagino las gotas de agua sobre mi rostro, rememoro otros días, más antiguos, cuando en mi boca el sabor de un alfeñique me hacía sentir feliz. Qué difícil ahora volver a aquel tiempo, a aquellas tierras. ¡Benaiga! Qué fácil era sonreír, con los dientes mondados en mi boca y la inocencia pendiente de un hilo, a punto de sucumbir en manos de la realidad.

Llaman a la puerta, debería de abrir. La pizpireta voz de mi vieja secretaria me avisa desde el otro lado de la madera. Miro el reloj. Sucumbo a mis temores: los devaneos de mi enfermiza mente vuelven a acudir, puntuales. El calendario sigue marcando con una equis cada día menos que nos queda de vida. El tiempo transcurrido. Nos habla de lo que hemos dejado atrás y del futuro incierto. Maldita decisión, odiado pasado. Me miro al espejo, me devuelve la imagen de un hombre maduro, con el cabello pintado de plata. La sonrisa tuerta no reconoce al pelaire que se pagó los estudios bajo la fría intemperie.

Repiqueteo de nudillos. La gota de frío sudor en mi frente. Una imagen indebida, un deseo incontenido. Sus ojos, siempre esos carbones encendidos. Me persiguen, me atormentan. Sueño con ellos, con su piel suave. Con la delicada curva de su cuello, el delirante nacimiento de sus senos. Cuando la miro, me embelesa perderme en el vals de su respiración. Sus pechos se elevan y se relajan, una y otra vez. Cadenciosa dulzura. Los labios se le entreabren voluptuosos al hablar. Imagino su lengua, dulce. El sabor de su piel, la calidez de su interior. Respiro hondo. Noto la tirantez de mi pantalón. La puerta se abre despacio, escucho la voz de mi secretaria a mi espalda. Sin volverme le hago una seña. Escucho unos pasos, pequeños, delicados. Puedo ver su silueta reflejarse en el cuadro de cristal colgado en la pared. Su melena se mece sobre sus hombros. Se acomoda en el diván y mi pulso se acelera.

Pienso en aquellos días cuando preparaba la lana. Anhelaba ser algún día un buen médico, un buen psiquiatra. En la Universidad no te preparan para esto. Respiro hondo…

1 Comment:

  1. Neogeminis Mónica Frau said...
    Hay algunos que no hacen caso de esos supuestos impedimentos...más bien les excita que esté mal visto...

    Un abrazo.

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