16 de Julio del Año de Nuestro Señor de Mil y Noventa y Nueve.
Huele a sangre, sudor, miedo y fuego.
Ayer cayó Jerusalem.
Llevo en mi cuerpo las heridas de cien batallas, en mis manos la sangre de infieles guerreros, inocentes mujeres y niños. Este es nuestro destino entonces, arrebatar la vida bajo la mano de Dios para liberar el Santo Sepulcro.
La batalla de ayer fue una carnicería, más de ochenta mil muertos se contaban en las calles, la sangre corría como ríos turbulentos por las empinadas callejuelas adoquinadas.
Atrás queda Antioquía, Anatolia, Nicea. Sangre derramada, por la Gloria de Dios.
Y de mi Señor Bohemundo.
Me duelen los brazos, con tal ímpetu luché ayer, con tal valor y destreza cercené vidas aquí y allá. Decapité, corté miembros, rebané cuellos, y vi los cuerpos cómo caían rodando hasta amontonarse en una terrible y tétrica pirámide de muerte.
Por un momento creí desfallecer, me encontraba rodeado por cinco infieles que enarbolando sus armas, se abalanzaron sobre mí en injusta reyerta.
Por suerte, Sir Raimundo de Castellar logró llegar en mi auxilio, con su gran estatura y constitución. Me sacaba más de una cabeza aún sin el yelmo encasquetado, ya que se lo habían arrancado de un mazazo, parecía un toro bravo embistiendo contra la muralla de carne y sangre que salió despedida tras cada embestida de su espada.
Con un grito de triunfo avanzamos, mi ojos me escuecían horrores dentro de mi yelmo, la sangre de mis enemigos el sudor y la ceniza de los incendios enturbiaba mi vista, así que decidí echarlo al suelo, aun arriesgando mi cabellera por ello.
Estaba a unos pasos de la gruta, me apoyé en mi espada, que se clavó en la tierra húmeda de tanta sangre derramada. Avanzé despacio, los gritos de pánico, dolor y muerte acompañaban mi avance. Entré dudutivo, apoyando mis manos en el quicio de la abertura, el corazón me palpitaba con vioelencia en el pecho. Al fin habíamos llegado, había liberado el Sepulcro Sagrado. Mis ojos tardaron unos segundos en acomodarse a la oscuridad reinante. Un fétido olor se desprendía de los rincones, la cueva como tal no medía más de dos metros cuadros y estaba vacía, como mi alma. Las lágrimas brotaron de mis ojos al darme cuenta de la gran verdad.
Salí arrastrándome, dolorido, magullado, exhausto.
Sir Raimundo llegó sonriente y lujurioso, de su pierna derecha sobresalía la punta de una flecha sarracena, pero a él no parecía molestarle tal detalle.
- !Lo logramos! - exclamó, con la lujuria prendida de su rostro - están todos muertos o huyen como ratas mientras los aniquilamos, y las mujeres se abren como capullos en flor hasta que les rebanamos el cuello.¡JA, JA JA! - su voz era como un vendaval de odio - ¿Has entrado ya? ¿Lo has hecho? ¿Qué has visto? ¿Qué se siente?
Levanté la mirada, mis ojos enrojecidos se rasgaron cuando el sol los mordió con su cálida lengua, y un dolor inmenso me traspasó el craneo, pero no más que el que sentía en mi corazón. Al fin, conseguí carrasperar para echar fuera de mí el sabaor de la tierra y el zufre y respondí, con la vz queda:
- !Nada!
!Salves y Aves!
Me ha gustado este pequeño relato. En cuanto tengas esa primera novela, dilo. Yo suelo leer a todo el que empieza.
Saludos
Atrapante relato.
Saludos!
Bellísimo.
Besitos
Elèna, bienvenida. Es un placer para mí tu presencia y tus letras.
Neogéminis: Nada justifica matar, y mis letras así intentan denunciarlo.
Aldhanax: Siempre es un placer tenerte.
Mimí: suguro que serías un aguerrido caballero. ¿Has leído "La historia del Rey transparente"? Te daría claves para conseguirlo...