Su piel es mi terreno de batalla, mi deseo su legión extranjera, la que ella moldea bajo su mando para que ejercite aquellos extraños movimientos que la llevan al éxtasis. Dulce tormento, rémora de mis obligaciones, que se quedan apartadas encima de la mesa de trabajo, junto al compás de dibujo, que yace cual enemigo abatido junto al lápiz del número ocho, entre apotemas y cálculos del coseno de triángulos rectángulos, manchas de tinta y cuchillas de afeitar afiladas. A cada trayecto que mis dedos recorren sobre el árido paisaje de su vientre, que bulle como la arena del desierto donde fue gestado, nuevos remordimientos arañan mi mente. Sé que no debo consentir verme derrumbado sobre su cuerpo, que mis obligaciones son mayores que los desvelos que me producen su delirio, pero allí está ella, sonríe y toma mi mano, la posa sobre su dulce seno, que sube y baja acompasado por el ritmo de su deseo y deja que acaricie la pareja de esas dos columnas de Hércules que son sus pezones, sonrosados, erectos al contacto de mi lengua que clama por ellos.
Lo veis, delirio, siempre acabo derrotado y embadurnado por los sudores del sexo, del placer, de la dulce locura que me transporta su compañía. Os aseguro que lo he intentado, pero todo es en vano. Mi última acción punitiva fue dejarme los cuernos en una fórmula matemática que me proporcionara la solución, elevar la potenciación de los factores a su máxima expresión, para calcular cuál sería el punto de ruptura. Vano intento, lo sé. Sobre todo porque, al llegar a la conclusión definitiva, lo vi claro, como una imagen de mí mismo reflejada en el cristal. Cuando volviera a clase me encontraría de nuevo con ella, y sería posible mantener esa distancia, dejar pasar la hora educativa para caer en sus garras en cuanto la puerta se cerrara de nuevo y me encontrara tumbado sobre el pupitre, con su mirada lasciva vestida de picardía al otro lado de sus gafas de profesora, deseosa de darme clases particulares por no haberle llevado a tiempo los trabajos de dibujo. Detalle del que, ahora que lo pienso, ella fue la culpable...
saludos desde el sur!