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III Premio Algazara de Microrrelatos



Me acerco a tod@s vosotr@s para comunicaros que he sido uno de los 327 autores seleccionados para formar parte del libro: "Cuentos Alígeros".

Esta publicación se realiza después de la convocatoria de los III Premio Algazara de Microrrelatos




Os dejo con el microrelato, para que lo disfrutéis:

Serrín

El olor a serrín recrea la vívida imagen de mi padre: el sonido de las gubias labrando la madera, mientras perfilaban bellas flores de caoba que más tarde, engarzaría con el resto de costados, hasta que ante mis ojos de niña, tomara forma el cabezal que tendría en mi primera cama. Aquel día me sentí mayor. El mundo se abrió ante mí, aquella obra de arte creada por sus manos sería la puerta a mi primera aventura. Recuerdo el olor del barniz, cuando el conjunto quedó ensamblado y juntos, le dimos varias capas del transparente líquido. Yo sonreía, aunque me mareé por el fuerte olor, pero estaba junto a él, con su sonrisa que iluminaba mi mundo y esa barba rasposa que pinchaba cuando besaba mi mejilla. Lo dejamos un día entero al aire libre, para que secara. Después lo lijó con una tela áspera. Yo tenía miedo, por si se rayaba. Él se reía de mí. Han pasado muchos años. Ese cabezal que un día fue mío pasará a mi hija. Está a mi lado, anhelante, abro la puerta. Hoy comienza su aventura.

En Clave de Sol



A mis queridos lectores:

Hace tiempo, demasiado, que no publico nada en este, mi querido blog, razones han habido para estar alejado de él y de vosotros. Espero poder seguir en él, aunque sea esporádicamente.

Os dejo un pequeño relato que me han regalado las musas esta mañana. Espero que os guste.


En clave de Sol


La guitarra descansa, como una grácil paloma que se hubiera posado sobre su muslo. Su mano izquierda es sostenida por la de él, que la guía a través del cuerpo de madera, para que note su tacto a través de sus dedos. Así, cada traste es un nuevo territorio explorado, cada cuerda, una hebra que se abre a sus anhelos y, cuando presiona con delicadeza las yemas sobre ellas, siente que comienza a descubrir los secretos que encierra.

- El acorde de Do – tras ella, la voz de él la acaricia, como una pluma que se deslizara sobre su espalda, y nota como cada vello de su piel se eriza a su contacto – lo haremos presionando con nuestro dedo pulgar por detrás del mástil, de forma que nos apoyemos en él, y no con la mano desnuda.

Con una leve presión, acompaña sus palabras sobre su mano. Su cálido aliento le hace temblar, pero intenta que no perciba su turbación.

- A continuación, el índice lo presionaremos sobre la quinta cuerda, en el primer traste. Siempre hemos de acordarnos, que las cuerdas se enumeran de arriba hacia abajo.

Un diminuto asentimiento con la cabeza, un breve titubeo con la mirada clavada en los fuertes dedos que sostienen los suyos.

- Después, continuaremos con el dedo corazón, que presionará la tercera cuerda en el segundo traste.

Ella cierra los ojos, para sentir el calor de su mano en sus dedos.

- Y, por último, acabaremos de formar el acorde con el dedo anular, que presionará la segunda cuerda en el tercer traste.

Como en un sueño del que no quisiera despertar, siente cada uno de sus dedos, envueltos por los de él, formando a su imagen y semejanza el primer acorde de la escala musical.

- Cuando ya lo hayamos creado, rasgaremos las cuerdas, desde la quinta hasta la primera, con la mano derecha.

El pulso se le alborota y una quemazón nace de su vientre cuando su mano derecha es tomada por la de él. Se deja llevar, con los párpados cerrados, en un intento por no dejar pasar ni un sólo detalle. El olor de su colonia, tan conocido, el calor de su voz, la calidez de su respiración, el contacto de sus manos sobre las suyas.

La estancia es inundada por las notas musicales, que surgen de ese primer rasgueo, cuando la púa acaricia las cuerdas y estas, al vibrar, emiten la dulce melodía.

El tañido de las campanas rompe el cálido instante. La hora ha llegado y la clase termina. Ella se levanta, turbada, cuando las manos de él se separan de las suyas. Con ternura, deja el instrumento en su atril, se despide del profesor y sale despacio de la estancia, con la mirada baja y la esperanza de que llegue el día siguiente, para asistir a la próxima lección.

Unas manos velludas se apoyan en el cristal de la ventana. En las yemas de los dedos se adivinan unas callosidades, producidas por las cuerdas que tanto ama y, que sin embargo, no han sido obstáculo para acariciar el cuerpo de su mujer, a la que adora. Tiembla al recordarla, se parecen tanto… Respira hondo, se acaricia el mentón, rasposo por la incipiente barba e intenta no pensar en ella.

Al otro lado de la puerta escucha unas voces, timbres de mujer que discuten sin motivo alguno. Tan parecidas y tan distintas, una, el amor de su vida, la otra, su hijastra.

Su alumna.

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