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Roto.




Prometí que no lo haría, pero aquí estoy de nuevo, apoyada mi frente sobre este frío cristal, viendo repiquetear la lluvia en la ventana de la solitaria habitación de hotel.

Mi equipaje descansa sobre la cama, sin abrir, no tengo intención de alargar la estancia más de lo mínimamente imprescindible. Una simple maleta de mano con unas pocas mudas reflejando en su gastada piel mil batallas perdidas es todo lo que necesito.



El reloj acuna cada segundo, acercándome irremisiblemente a mi destino. Cierro los ojos, suspiro, doy media vuelta y tras recoger mi chaqueta y el pequeño paraguas, dejo atrás mi diminuta estancia.



La calle está vacía de personas y de sentimientos, tan solo algún faro lejano me recuerda que no estoy solo en esta jungla de asfalto, desafortunadamente. Ando despacio, sin prisa, recreándome en cada paso, queriendo saborear los recuerdos.



Hace algo más de un año que te conocí, en esos momentos me encontraba en Londres por motivos de trabajo. Las noches eran muy largas y mi soledad inacabable, el único lujo que me podía permitir era la conexión Wifi del hotel, así que cada noche me dejaba caer en la desmadejada cama y navegaba por los mundos de los chats, donde al menos podía hablar si encontraba alguna alma solitaria que no quisiera tan solo sexo fácil y conversaciones intrascendentales. Durante ese tiempo conocí a diversas personas con inquietudes interesantes y enfoques de la vida que se aproximaban a los míos, pero siempre eran hombres solitarios como yo, encerrados en la coraza de los años.



Pero un día fue diferente, una calidez atravesó la fría pantalla del ordenador y tus palabras me despertaron, me hicieron soñar. Empezamos a hablar de nimiedades, buscando en los entresijos de nuestras vidas pequeñas cositas que nos fueran acercando. No recuerdo ni como te conocí, en ocasiones, la pantalla se llenaba de pequeños recuadros que iba cerrando progresivamente, pues no me interesaban, pero a ti te mantuve en espera. La conversación fue fluyendo a temas más delicados, más personales, me hiciste reir, me hiciste temblar en la espera de ese cursor parpadeante que no me mostraba tus palabras, y así, quedamos para el día siguiente. “¿Es una cita?”, te pregunté, “!Claro…!”, respondiste, dejando las palabras en suspenso…



Al día siguiente no podía quitarte de mi pensamiento, deseaba locamente que llegara el momento de nuestro encuentro y, al final, tras una larga jornada de trabajo, el momento deseado se acercaba. Me senté frente a la pantalla, nervioso, temblando de los pies a la cabeza, como un adolescente en su primera cita, entré en la sala donde debía encontrarte con la respiración contenida y ahí estabas tú, “!Hola!”, conseguí escribir con mis temblorosos dedos, “Hola…”, respondiste, “Llegas tarde…”



Las citas cibernéticas se fueron sucediendo, en cada ocasión la conversación se hacía más íntima, más personal, hablamos de nuestros sueños, de nuestras pasiones y miedos, de las desventuras y de un largo etcétera que llenó cientos de líneas envueltas de sentimientos. Poco a poco necesitamos más y, tras muchas deliberaciones nos conectamos en el Messenger, creando un mundo para nosotros solos, donde nuestras voces aceleraron nuestras pasiones y, por fin, conseguimos vernos cara a cara. Unos ojos azul claro acunados por tus increíbles pestañas me derritieron al otro lado del mundo, dejaste que la cámara se alejase despacio, dándome tu pequeña y dulce nariz, los oyuelos de tus mejillas que se hundían delicadamente cuando tu sonrisa inundó mi mundo y, sin darte cuenta hiciste ese gesto que me volvería loco, apartando un mechón rubio de tu frente y deslizarlo detrás de tu oreja. Ya lo estaba, pero en ese momento mientras el temblor de mis rodillas rozaba lo indescriptible y mis dientes castañeaban de miedo, nervios y mil emociones contenidas, supe que eras la niña de mis ojos, mi vida, mi sueño, mi amor.



Mis dedos acariciaron la pantalla, siguiendo el contorno de tu cara, mi sonrisa me delataba como un tonto enamorado y tú, con ese brillo en los ojos, me hacías morir de ganas de ti.



Un día, dos días, tres días… El tiempo empezó a correr despacio esperando el momento de poder estar contigo, necesitaba tu abrazo, el calor de tu piel, el sabor de tus besos.

Poco a poco el año fue acabando, aún tenía que estar en Londres hasta la primavera, pero tenía varios días de vacaciones que aprovecharía para completar un sueño, ir a visitarte, conocerte y poder probar el sabor de tus labios.



Tú vivías en un pequeño apartamento en el centro de Sevilla, con la sola compañía de un gato callejero que llamabas Mozart, dada su costumbre a pasearse por encima de tu piano de cola, único recuerdo de tu familia, fallecida años atrás en un trágico accidente de carretera cuando volvían de Madrid atravesando el puerto de Despeñaperros. Un camionero se durmió al volante de su vehículo y chocó frontalmente en una de las cerradas y peligrosas curvas. Te quedaste sola, en una enorme casa de tres pisos con vistas al Guadalquivir en la misma Calle Serpis. Los recuerdos y a la soledad hicieron que la vendieras y te trasladaras a ese pequeño refugio en medio del casco antiguo, donde la vida se volvió más sencilla aunque igual de dura.



Y allí es donde íbamos a empezar nuestra nueva vida, tú y yo, solos contra el mundo.



Llegué a la estación de Santa Justa en el Ave, después de hacer escala en Madrid, pues no encontré pasaje directo. El trayecto se hacía interminable a pesar de la velocidad y la comodidad del tren, los nervios me sacudían el cuerpo entero, sufriendo repentinos ataques estomacales que me dejaron hecho una piltrafa al finalizar el trayecto. No pudiste acercarte a la estación, coincidía con un ensayo de la Filarmónica, pero quedamos en encontrarnos en la puerta de La Marena, yo conocía Sevilla por cuestiones de trabajo y no tenía ningún problema para llegar.



La gente se agolpaba en el andén de llegada, maletas, viajeros y nervios se entremezclaban. Respirando profundamente para tranquilarme, me deslicé hacia la salida, donde un cielo gris de tormenta me esperaba, cargando el ambiente de electricidad estática. Me subí al primer taxi que vi en la parada y le dí la dirección, junto el jardín de del Parlamento de Anadalucía hay una cafetería que hace esquina, desde donde podría verte llegar, pues al otro lado de la calle se eleva la antigua puerta árabe de la ciudad, la de La Macarena.



A través del cristal, el vaho jugaba a ocultarme la ciudad y yo, con mi mano, creaba túneles en medio de las tinieblas. El café descansaba sobre el mármol blanco, mi maleta a mis pies y yo, repiqueteando nervioso los dedos sobre el respaldo de madera.

Encima de la barra, el reloj dejaba pasar su agujas despaciosamente, mientras mi inquietud iba en aumento.



Por fin de te vi, envuelta en el fular azul claro, me sonreíste desde el otro lado de la calle, esperando que se pusiera verde el semáforo. Precipitadamente salí a buscarte, olvidando mi equipaje, preso de ti. La luz cambió, de rojo infierno a verde esperanza y los pasos que nos separaban eran tan solo un segundo imborrable donde tu sonrisa iluminaba mi mundo.



No lo vi venir, como una exhalación atravesó la distancia que nos separaba tras haberse saltado el semáforo en rojo, dejando sobre el asfalto una muñeca rota, con la cabecita caída en grotesca posición sobre sus hombros. Corrí hacia ti, te acuné en mis brazos, grité en silencio, lloré de odio, de rabia, de dolor, mientras tu vida se escapaba en cada estertor de tu débil pecho, que intentaba luchar por sobrevivir.



La ambulancia me arrebató tu cuerpo y en el hospital no me dejaron acercarme a ti, por no ser familiar cercano.



Una última esquela en el periódico, es todo lo que me queda, un pedazo de papel envuelto de mil caricias y mi lágrimas, vestido de tristeza, de odio, de miseria.



Hoy, un año después, mientras el resto del mundo celebra su fiesta con los suyos, mientras cada familia dice que es feliz, yo me acerco despacio a ese paso de cebra donde me fuiste arrebatada, deshojo la flor que aquella noche guardaba bajo mi abrigo, y te lloro, mientras me pregunto, quien se atreverá hoy a desearme feliz navidad.

Tantro

En proyecto de restauración

Lunes


Lunes, 8: 45 de la mañana.


Hoy ha amanecido gris el cielo, las nubes se arremolinan alrededor de la montaña donde el repetidor preside a su audiencia.


Lourdes lleva a Tomás de la mano, el niño no ha pasado un buen fin de semana, pesadillas y alocadas carreras nocturnas por el pasillo han sido la tónica general, por lo que ella tampoco ha descansado lo suficiente. Su marido tampoco está de buen humor, le ha tocado guardia el Domingo y encima el niño no los dejó dormir.

Un fin de semana para el recuerdo.


La acera hasta el colegio está repleta de madres y padres con sus hijos, mochilas, libros, caras de sueño y de desesperanza untadas en pieles de todos los colores.


África viene de la mano de su padre, Damián. De joven hay que admitir que era un tipo guapo, piensa Lourdes, pero ahora se ha dejado mucho, con esa coleta llena de canas y un aspecto de drogadicto que no acompaña mucho.


Se saludan, los dos niños son muy buenos amigos, se dan la mano y entran juntos en el colegio, la Seño ya está haciendo la fila para entrar en clase.


Un beso fugaz, un hasta luego pórtate bien y cada progenitor cede a su descendiente con un lamento del corazón.


La clase es una explosión de colores, las paredes están vestidas de dibujos, estanterías llenas de juguetes y material de trabajo, librerías llenas de cuentos y mesas diminutas a sus pies.


Nerea, la seño, tiene 28 años, todavía no ha aprobado la oposición pero al menos este año tiene una sustitución en este colegio y podrá ocuparse todo el año de la misma clase. Su pelo castaño claro juega creando desafiantes bucles en sus hombros.


Veinticinco niñas y niños se arremolinan a sus pies, se siente como Gulliver en el país de Liliput. Con maestría aprendida tras innumerables horas de trabajo los alecciona a sentarse en círculo, para realizar la asamblea en la que pasará lista de los asistentes, colocando una foto de cada uno ellos en el casillero correspondiente y, si alguno estuviera enfermo y no hubiera ido a clase, en la casita de colores dibujada en cartulina en la pared.


Cada nuevo curso escolar trae nuevos retos y aventuras, y cada colegio es un mundo. En este en particular, de 25 alumnos que comportan la clase, se pueden observar a simple vista hasta siete nacionalidades diferentes, con la problemática del idioma, diferencias socioculturales, económicas y por supuesto, religiosas. Por todo ello, entre otras cosas se ha decidido anular la asignatura de religión, así como la celebración en el aula de cualquier fiesta de carácter religioso, ya sea Navidad, Pascua, etc.


Tras la asamblea, Nerea les ofrece a cada uno de ellos una hoja de papel, los sienta en las diminutas mesas y les pide que, utilizando los colores que previamente ha dispuesto para que compartan dibujen lo que han hecho este fin de semana.


Rubén es un chico serio, callado y en ocasiones conflictivo, con el ceño eternamente fruncido y que, de repente, se abraza violentamente a Nerea. De tez ligeramente oscura y unos inmensos ojazos negros, realmente es un niño muy guapo.


Se sienta junto a Tomás y África, que siempre van juntos a todos lados, el resto de los niños dicen que son novios.


África está dibujando un parque donde fue a pasar el día con sus padres el Domingo, corrieron alrededor de los árboles, jugaron al escondite y dieron de comer a los patos en un pequeño estanque.


Tomás mira de reojo a su compañera, siempre se ruboriza cuando la mira de frente.

Se mete el lápiz de colores en la boca y lo mordisquea intentando acordarse del sueño de la otra noche, ese que con el que casi se hizo pis en la cama y tuvo que salir corriendo a la habitación de sus padres.


Rubén como siempre, está callado, coge una cera negra y dibuja un monigote tirado en el suelo, junto a él con una cera roja dibuja una gran circulo que pinta también de rojo, con unos grandes ojos amarillos, una boca llena de colmillos y unos temibles cuernos que le crecen en la parte superior.


Nerea se desliza entre las mesas, observando los dibujos y las caritas apasionas, al llegar tras Rubén se para y se acuclilla junto a él.

-Rubén, ¿has dibujado tu esto? - le pregunta cautelosamente.

El niño, no responde, tan solo asiente levemente, cabizbajo.

-Quién es este que está en el suelo Rubén, ¿eres tú? – El niño asiente de nuevo, sin levantar la mirada.

-Y este otro, Rubén, ¿Quién es? – Nerea está preocupada, no es un dibujo nada alentador.

Silencio.

-Rubén, venga dime, ¿quien es este que está contigo? – insta de nuevo Nerea.

Silencio.

Rubén levanta levemente la mirada, en sus ojos hay miedo y sus labios tiemblan.

Nerea lo coge de los hombros delicadamente y con la mano le acaricia suavemente su cara.

-No pasa nada cariño, no tienes que decir nada. – no quiere forzarlo, ya buscará ayuda si fuera necesario.

Rubén la mira fijamente esta vez, abre la boca, despacio, casi no le salen las palabras, tan solo un susurro.

-¡Es Papá!!

Incomprensión.

Acabo de llegar de Londres, mi mochila huele a niebla y gotas de lluvia.


El tren se detiene en la estación con un suspiro de cansancio. Llego a mi destino, mi pequeña ciudad provinciana a la que, por motivos, “he tenido que emigrar” como diría “Siniestro” en su “Mía terra Galega”.


Es domingo, creo, y las calles a esta hora están vacías, tan solo yo y unos pocos viajeros anónimos nos deslizamos por la desierta estación.


Mi casa no queda lejos, unos diez minutos andando a buen paso. El golpe es brutal, de la bulliciosa ciudad metropolitana, con sus autobuses de dos pisos, taxis adormecidos en el tiempo y una increíble mezcla de culturas y razas, aterrizo en esta población anclada aún en sus miserias cotidianas como hace cincuenta años.


Enfilo la desierta avenida, con sus comercios cerrados. El viento aúlla entre los árboles de la alameda, haciendo revolotear a mi alrededor las caducas hojas, que juegan a ejecutar extrañas danzas entre mis pies y mi pelo. Sonrío, vuelvo al hogar, ¿no?.


Escucho a lo lejos un extraño retumbar, me sobresalta, pues no lo relaciono con nada conocido, pero lo dejo pasar.


Al llegar a la fuente de piedra, con su mansa agua creando espirales en su lecho, cruzo la avenida, internándome en el barrio antiguo. El castillo se perfila en lo alto de la colina, con sus pendones ondeando al viento, la cúpula de la iglesia a su derecha, con el reloj detenido eternamente en las 12:20 y las nubes robándole protagonismo al sol.


Dos calles más y llegaré a mi destino, me muero pode deshacer la mochila, darme una ducha caliente y descargar las cientos de fotos que he tomado, como un buen voyeur accidental.


Pero una sorpresa me aguarda, al doblar la última esquina una mole humana, silenciosa y apática me cierra el paso. Sorprendido y aturdido me detengo para comprobar como, en medio de la multitud, una suerte de extraños personajes con cucuruchos en la cabeza, imitando al ku klux clan, arrastran sus pies sobre el asfalto, portando en sus manos unos largos cirios encendidos.


El sobresalto es impactante, no sé que día es ni lo que están celebrando, pero de lo que sí tengo absoluta certeza es que la ceremonia, es absolutamente macabra.


Intento hacerme hueco entre la hacinada multitud de personas bien vestidas, pero se hacen una consistente piña, la cual es imposible de atravesar. Yo solo quiero llegar a mi casa.


Doy marcha atrás y tomo un camino alternativo, intentaré llegar por la parte de arriba. Tras diez minutos de laborioso periplo a través de las laberínticas callejuelas, me vuelvo a encontrar con el muro humano.


Pero esta vez no podrán conmigo.


Utilizando mi mochila como ariete, la incrusto entre dos hombres de mediana edad que, tras varios improperios y vejaciones verbales destinados a mi persona, ceden unos milímetros que aprovecho para meter la pierna y hacer palanca, apareciendo en mitad del circo ambulante que atraviesa las calles. Estupefacto, miro a derecha e izquierda, mis largas greñas y descuidada vestimenta desentonan entre mantos blancos y lilas, coronados por capuchas puntiagudas.


Las miradas se clavan en mi pobre esqueleto, siento cientos de puñales que me atraviesan y rayos saliendo de sus ojos.


Reacciono y pongo pies en polvorosa, en cuatro fugaces pasos salto a la parte contraria de la calle enfrentándome a los aférrimos seguidores del espectáculo que, ahora sí, me dejan paso libre. No sin antes dedicarme ciertas lindezas, directas e indirectas que me resbalan sobre la mochila para caer espachurradas contra el suelo.


Libre, por fin…


Ante mí, un estrecho corredor, pues no se le puede denominar ni siquiera callejuela, me abre paso hasta mi hogar, al que llego exhausto y dolorido en mi fuero interno.


A menos de diez metros de la puerta, por la calle donde desemboca la diminuta plazuela donde vivo, de nuevo veo el muro ¿inhumano?. Y deslizándose en medio de su curso, el continuo baile de helados de fresa y nata invertidos.


Entro en mi casa, arrojo la mochila al suelo y subo corriendo al segundo piso, donde se encuentra el estudio. Abro las ventanas de madera de par en par, estoy cabreado, herido en mi fuero interno y en mi orgullo.


En una esquina duerme mi pequeña y negra alma de acero, la acuno suavemente entre mis brazos y le doy vida conectando el amplificador.


Una sonrisa cruel se dibuja en mi rostro.


En la calle, el silencio de la cabalgata mortuoria, se impregna despaciosamente de la carencia de unos lejanos tambores, tocando un solo y acompasado ritmo.


El "Marsahll" cobra vida, un zumbido que va aumentado de volumen conforme giro el potenciómetro.


El pedal de efecto "Overdrive Distorsion" se ilumina al ser presionado por la punta de mi pie.


Cierro los ojos…sonrío…y mi "Les Paul" cobra vida, tiñendo de un sobrecogedor aullido de rabia las paredes de mi pequeño ático, atronando mis oídos que supuran venganza.

Bocanadas de notas entrelazadas escapan al exterior por las ventanas abiertas, donde cientos de manos se tapan los oídos, ojos se cierran de rabia, tambores pierden el ritmo, y velas se apagan al caer al suelo presas del temblor de manos de sus propietarios.


La locura dura escasos minutos, pero para mí son la panacea más inmensa del mundo.


En mi delirio, las yemas de mis dedos se hieren en el veinteavo traste, ejecutando un convulso baile sobre el diapasón, hasta que el crujido de una cuerda al romperse me devuelve a la realidad.


Sonrío, el éxtasis ha terminado.


Cierro las ventanas, en la calle se escuchan quejas, murmullos, palabras insolentes e irracionales.


El timbre de mi casa arde en convulsas y repetitivas llamadas.


Cierro la puerta de la escalera, me acerco al equipo de música y dejo que me envuelva la música de Stan Getz con su "Girl of Ipanema"...


Sobre la mesa, el último libro de Joe Hill, enciendo una vela y una ramita de incienso.


Voy a prepararme un té…

África.

África tiene 4 años, el pelo color zanahoria y un juego de pecas revoltosas que bailan y se persiguen en sus mejillas, los ojos de un gris ceniza que heredó de su padre y una nariz chatita y dulce que a su madre le encanta besar.

Todos los días a la hora de la cena, Africa se sienta a la mesa a junto a sus padres. Él enciende la televisión, sintoniza el canal de noticias y, durante lo que a África le parece una eternidad, el silencio se adueña de la mesa del comedor mientras los altavoces de la pantalla plana escupen desgracia tras desgracia. Muertes, guerras y atrocidades impensables e inimaginables, como siempre la realidad es más cruel que cualquier ficción.

Acabada la cena, su Padre se tumba en el sofá mientras su Madre recoge la mesa con su pequeña ayuda.

Es tarde, debe irse a dormir, Mamá la acompaña a la cama, la arropa y le da un beso en la frente. En ocasiones su Padre también viene a la habitación, pero depende de lo cansado que esté después de un largo día de trabajo. En esas ocasiones se sienta a su lado, coge un libro de la estantería y le cuenta un cuento. A África le encanta la voz de su Padre, es dulce y melodiosa, le hace sumergirse despacio en los brazos del reino de los sueños.

Hoy, África está inquieta, se remueve en su cama mientras su Madre apaga la luz de la habitación.

- Cariño, ¿qué ocurre…? – susurra su Madre.

África levanta su pequeña cabecita de la almohada, le tiemblan los labios.

- Mamá, los monstruos, ¿existen…? –las palabras salen entrecortadas de su boca.

- No cariño, claro que no, tranquila mi vida – responde su Madre mientras le acaricia el pelo.

- Entonces…- duda un instante, las palabras se le atragantan – Mamá, ¿qué es un pederasta?.

El show debe continuar

Juan tiene 35 años, el pelo negro y lacio que le cae sobre la frente, le encanta que se le mamen las negras del puerto, sobre todo esa macizorra de enormes tetas y unos labios que bien podrían succionársela a un caballo.

Felipe es delgado, cabizbajo. Es más joven que Juan pero la alopecia galopante que sufre se ha llevado más de la mitad de su desdichada cabellera. En su ordenador portátil se acumulan cientos de fotos de chicos jovencitos en posturas inverosímiles. Hace dos años que contrajo el sida, pero no se lo ha comentado a nadie, aunque está aterrado.
La inminencia de la muerte le desvela y hace mella en su desquiciada mente.

En la barra está Andrés, vuelve con tres cubalibres y el cigarro colgando de sus labios, lleva la barba sin afeitar y los ojos enrojecidos de la coca que se ha metido en el servicio hace un momento.

Los tres son compañeros de profesión y todos los primeros sábados del mes, en cuanto cobran su nómina, quedan para emborracharse e irse de putas. Es un ritual que se pierde en la época del instituto cuando eran unos imberbes con ganas de comerse el mundo en dos bocados.

Hoy están en el “Cisne Blanco”, ese tugurio de lujo con las luces de colores, como cantaba Sabina.

Anika se acerca ellos, los conoce de siempre, como a la mayoría de clientes habituales.
Vienen, beben se drogan follan y se marchan arrastrándose a casa, siempre el mismo ritual.

El pelo rubio le cae en cascadas sobre los hombros, rozando sus pezones que apuntan al cielo. Su tanga morado se ajusta a sus caderas, dejando muy poca piel a la imaginación.
Se arrodilla delante de Felipe, es su preferido, tiene ese aire de chulo romántico, le recuerda a “Papito…”, pero un poco más joven…

La conversación fluye, risas, copas, rayas. Mañana será otro día.

El odiado día de después, cuando la vida vuelva a su cauce normal y tengan que enfrentarse ante su público de nuevo, siempre el mismo.
La típica resaca soslayada por litros de café y alguna raya para no perder el hábito.

El hábito, nunca mejor dicho.

Cuando salgan mañana ante su rebaño, paciente y obediente y encaramándose al púlpito comience la representación.

¡Queridos Hermanos, estamos aquí reunidos…!!!


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Susurros en la oscuridad

Corre!!

Corre!!

La rabiosa voz del Miedo resuena una y otra vez en su pequeña cabecita.

Corre!!

Sus pequeños piececitos se deslizan tropezándose a lo largo del interminable pasillo.

Corre!!

Corre!!

La llama arde en su pecho diminuto.

Un resbalón injusto, una rodilla que toca el suelo de forma brutal mientras su recién estrenadas manos, se abalanzan hacia delante para evitar la fatal caída.

Mira hacia atrás, las lágrimas ruedan como violentos torrentes por sus mejillas, el pelo ralo, rubio y lacio es una madeja de nidos de miedos.

Corre!!

Corre!!

Se levanta despacio, dolorido, amoratada su rodilla del golpe recibido y enruta de nuevo su carrera desesperada.

El pasillo está a oscuras, tan solo la luz de la luz de la luna llena se cuela tímidamente por la ventana del salón.

Corre!!

Sombras acechan en la oscuridad, fantasmas, monstruos.

De pronto su carrera llega a su fin abruptamente, con un golpe sordo su cabecita choca con la puerta de roble de la habitación de sus padres.

¿Qué ocurre?, oye desde dentro, levántate tú anda que mañana no madrugas.

La puerta se abre despacio, unos pies de mujer enfundados en unas zapatillas de estar por casa rosas con margaritas.

Un pequeño grito…Cariño, qué haces aquí, qué te ocurre, estas bien?

El niño solloza hecho un ovillo a los pies de su madre, acurrucado contra la puerta.

- Un monstruo Mamá, un monstruo… - balbucea mientras los mocos asoman por su nariz uniéndose al torrente de lágrimas.

Ella se agacha, lo acoge en su regazo y le limpia la cara con la manga de su pijama de franela beig.

- Los monstruos no existen cariño, no pasa nada – lo acuna entre sus brazos mientras le besa la frente y retira un rebelde mechón húmedo – Venga, vamos a la cama, te acostarás con nosotros.

La cama está caliente y segura, el niño se acurruca entre el hueco del pecho de su madre, que se duerme casi al instante. Sin embargo el aún tiembla, cierra los ojos, intenta detener los pequeños escalofríos que lo recorren.

Un pequeño ruido, proviene del fondo de la habitación.

Su cabecita se alza unos centímetros, el display verde del reloj de la mesilla de noche alumbra indolente el armario con su espejo de cristal.

La puerta se abre sigilosa, unos centímetros…

Aguanta la respiración, no quiere gritar, su madre le ha prometido que los monstruos no existen.

Una mano huesuda acabada en una garra de retorcidas uñas surge silente de entre los vestidos colgados de su madre, apunta hacia él su dedo índice, y burlonamente le insta a seguirlo…

November Rain

Prólogo: Este relato es la segunda parte del anterior "Still loving you". Pueden leerse por separado pero, tiene más sentido si lo hacen unidos.

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No te lo he dicho nunca, pero te odio.

Odio el día en que apareciste en mi vida.

Yo era un niño inocente, con mi vida, mis alegrías y mis penas. Tenía una chica increíble a mi lado, un trabajo y tú llegaste para derramar las mieles del deseo sobre mi boca, ignorando las consecuencias.

Hoy he ido abriendo cajas escondidas en el sótano y en una de ellas estabas tú, creía que te habría enterrado entre mis recuerdos para no reaparecer jamás pero no, aquí estás. Con tu larga cabellera castaña cayendo en cascadas sobre tus hombros, tus pequeños y preciosos ojos verdes y esos sensuales labios que me hicieron perder la razón.
Mis manos tiemblan mientras sostengo tu foto y mi corazón se encoge.

No tenías derecho... Y, sin embargo, morí por ti.

Fue a mediados de Marzo ¿lo recuerdas?, llegaba a casa de Esteban, se iba a dar una ducha y cambiarse para salir a cenar y me dijo:

- Venga, tío, conéctate un rato mientras yo me ducho.

Yo miré aquel cacharro, para mí era como una nave espacial de la NASA, tal era mi experiencia con ordenadores.

- ¿Y qué hago? – pregunté yo sentado delante del monitor y sin saber muy bien qué esperaba de mí.

- Pues te me metes en un chat por ejemplo y charlas un rato.

Viendo mi cara de ineptitud total, vino a socorrerme, se metió en un chat, puso un Nick, me dio una clase teórico-práctica acelerada y se fue a la ducha.

Ahí quedé yo, delante de una pantalla plana de color blanco donde deambulaban letras en loca carrera persiguiéndose unas a las otras y todas ellas, precedidas de un nombre raro y cortito de los cuales, más de uno me arrancó una sonrisa.

Yo intentaba seguir el hilo de las conversaciones, todas completamente intrandescentales, sin conseguir unir más de dos frases seguidas, aquello me estaba volviendo loco.

Vi por el rabillo del ojo que alguien hablaba de “privados” y aquello parecía sonar bien, así que ni corto ni perezoso solté mi bomba, la primera frase que escribía desde que me había sentado.

- ¿A alguien le gustaría perderse en una isla desierta?

Las palabras volaban, las frases se unían y se retorcían y, de repente, ante mis ojos saltó una pantalla pequeña.

- Hola, sí yo.
Sorprendido y nervioso, comenzamos a escribir palabras que iban saltando de tu mundo al mío, el corazón me latía a mil por hora, aquello era como un juego pero era divertido, aún recuerdo tu nombre de aquel día, Aracne, la hilandera.

Cuando mi amigo salió de la ducha yo estaba esperándolo con un pequeño papel de color blanco entre los dedos, apuntado en él un nombre y un número que sería mi perdición, mi locura, mi ruina y mi paso de la infancia mental a la dura realidad, pero ese día yo no lo sabía.

Recuerdo que una vez me plantearon una polémica bastante ardua, ¿se puede amar a dos personas a la vez?

En ese momento no supe dar una respuesta coherente, ahora sí podría contestarla.

Un SMS, otro…una llamada, risas, minutos y horas restados al sueño. Llamadas perdidas, locuras que dices y escribes, pero que no crees que vayas a realizar jamás.
Una vida paralela a la realidad, donde los días pasan dentro de un orden más o menos establecido.

Un día, se propone cumplir un deseo, un sueño.

Una cita a ciegas, una estación de autobús, una mentira absurda para ocultar la realidad a los ojos de quien comparte tu vida.

Los frenos del autobús chirrían y las puertas se abren con un último y convulso suspiro.

Ahí estas tú, pequeña y débil, sutil y bella, ansiosa, nerviosa y rebelde.

Me enseñaste Madrid a golpes de pestañas. Paseamos por sus calles: La puerta del Sol, donde se dan cita la mitad de los madrileños mientras la otra mitad aguarda impaciente; La Plaza Mayor con sus arcos y terrazas, artistas callejeros y músicos y
El Prado, con sus alamedas y rincones secretos y, mientras tanto, guardábamos las distancias, sin un beso, sin una caricia…

Las palabras se las había llevado el viento, tal vez por miedo y, sin embargo, la electricidad flotaba en el ambiente, mi piel se erizaba al estar a unos milímetros de ti y mi mano quería asir las tuyas. Como no, el momento llegó y tus labios fueron miel en los míos, nuestros labios se fundieron, no queriendo encontrar las manecillas del reloj que harían morir el tiempo que nos quedaba.

Entonces, ¿se puede amar a dos personas a la vez?

Pasaron los días, las semanas se hicieron eternas, cada segundo robado al tiempo a tu lado era una batalla ganada y perdida a mi razón.

Mi mundo se partía en dos, mi mente deambulaba cercana a la locura.

Y como ocurre en estos casos, la solución llegó sin buscarla.

Primero la perdí a ella, a mi razón de vivir, y con ella se perdió la ilusión de vivir para ti, para tu sonrisa, para tus labios.

Y un día, desapareciste.

Llovía, el aire traía racimos de tristeza.

Yo había cambiado, el niño feliz se había esfumado, perdió la inocencia y se convirtió en una marioneta que deambulaba con los hilos rotos.

Todavía te recuerdo, con tu falda de pana marrón y esa chaqueta entallada de piel beige.

El autobús se acababa de poner en marcha, subías despacio por la estrecha escalerilla, volviste un segundo la mirada, tus dedos deslizaron un mechón de tu pelo sobre tu oreja derecha y tus labios esbozaron una triste sonrisa mientras tus ojos lloraban sin lágrimas.

Llovía.

Y las gotas de lluvia jugaban a danzar a mi alrededor, creando poesías de abandono y tristeza.

Llovía, y el cristal empañado de tu ventana no me permitió volver a verte, ni un instante.

Tan sólo llovía y yo, impasible debajo de la lluvia de noviembre.


http://es.youtube.com/watch?v=F9sAo4Y0Rmg&feature=related


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Letra en castellano.


Cuando miro dentro de tus ojos
puedo ver un amor contenido
pero cariño cuando te tengo
no sabes que siento lo mismo

por que nada dura por siempre
y nosotros dos sabemos que el corazón puede cambiar
y es dificíl tener una vela
en esta fria lluvia de noviembre

Hemos estado a través de esto un largo, largo tiempo
simplemente tratando de matar el dolor

pero los amantes siempre vienen y los amantes siempre se van
y nadie está realmente seguro de a quién esta dejando ir hoy,
alejándose

si pudiéramos tomar el tiempo
para dejarlo en la línea
podría descansar mi cabeza
simplemente sabiendo que fuiste mia
toda mia
pues si quieres amarme
entonces cariño no contengas
o simplemente terminaré caminando
en la fría lluvia de noviembre

tu necesitas tiempo... en tí misma
tu necesitas tiempo... sola
todos necesitan algo de tiempo
para si mismos
no sabes que necesitas algo de tiempo... sola

Sé que es difícil tener un corazón abierto
cuando hasta los amigos parecen herirte
pero si pudieras curar un corazón roto
no habría tiempo fuera de encantarte

Aveces necesito tiempo... para mi sólo
aveces necesito tiempo... sólo
todos necesitan algo de tiempo
para sí mismos
no sabes que necesitas algo de tiempo... sola

y cuando temes hundirte
y las sombras aún permanescan
sé que puedes amarme
cuando no hay nadie a quien culpar
pues no importa la oscuridad
aún podemos encontrar un camino
por que nada dura por siempre
hasta la fría lluvia de noviembre

no pienses que necesitas a alguien
no pienses que necesitas a alguien
todos necesitan a alguien
tu no eres la única
tu no eres la única

Still loving you



Hoy pensé en ti.

Enchufé la guitarra eléctrica, hacía tiempo que la tenía abandonada en un rincón sufriendo las inclemencias del polvo asesino, con sus cuerdas ennegrecidas y esa lúgubre sensación de sentirse inútil. Me miraba insolente, acechando desde su atalaya, ese porta guitarras metálico negro que compré en el rastro.

Aún recuerdo el rostro del melenudo que llevaba el puesto, un torpe aprendiz de usurero que no le llegaba a la suela de los zapatos a su hermano, aquel tipo alto y enjuto de carnes, con la boina negra calada en su calva cabellera y ese aro de oro colgando de la oreja izquierda.

No podía evitarlo, me quedaba fijamente mirándolo esperando que cogiera una de esas Fender mexicanas de segunda mano y se pusiera a cantar alguna canción de Platero, vaya, que el tío era clavadito al Fito, pero un poco más alto. Nunca lo hizo, al menos que yo lo viera, y era una pena, hubiera sido todo un espectáculo.

Ese día también encontramos tu bici, ¿te acuerdas?, rebuscando entre los puestos de artículos inútiles siempre había alguna pequeña joya perdida, que si un viejo Technics con la aguja rota, o esa vez que por unos segundos tuve en mi mano una auténtica Leica como la que empleaba Cartier Bresson, pero el que la vendía sí conocía el verdadero valor de esa cámara, esa joya que más allá de su correcto funcionamiento actual, es todo un himno a la simplicidad y el legado de una época…

Entre chismes sin valor, gitanas vendiendo ropa usada y algunos productos de dudosa procedencia, el puesto de radios clásicas restauradas, otro lujo al que no podía acceder y aún persigo y los dos puestos de tebeos clásicos, la vimos.

Era amarilla, un poco descolorida eso sí, tenía el faro delantero roto y las ruedas medio deshinchadas, pero a ti te pareció la bicicleta más hermosa del mundo, ya me estabas contando como la ibas arreglar, de qué color la ibas a pintar que si le pondrías una cestita delante de mimbre, yo asentía y me reía, me hacías feliz con tu sonrisa infantil y tus ojos que arrancaban destellos de envidia al mismo sol.

Por supuesto, la compramos, no recuerdo el precio pero sí el hecho de que no llevabas suficiente dinero y tuve que acabar pagándola yo, pero no me importó, cada segundo que tu sonrisa me iluminaba era un mundo que yo creaba tan solo para los dos.

Salimos de allí al trote, yo tenía mi vieja mountain bike atada a una farola, el hierro, como yo la llamaba yo, ya que nadie se atrevería a robarme semejante chapuza, eso sí, bien engrasadita y ajustados los frenos y las marchas, toda una gloria para circular por la ciudad con sus llantas de carretera, un híbrido con el que no necesitaba nada más, y ahora tenía a alguien con quien compartirlo.

Pasaron los meses y fuimos inseparables, tú en la encantadora bicicleta clásica, parecía que salieras de un anuncio, con tu gorro de colores, tu falda cortita azul cielo, la camiseta de tirantes verdes con la margarita estampada de Natura, por supuesto, y esa eterna sonrisa…

Yo con mis anchos pantalones de tela y la raída camiseta agujereada, la más cómoda del mundo, y por supuesto mis insustituibles chanclas marrones, nos deslizábamos por la orilla de la playa haciendo correr a las gaviotas, nos tumbábamos en la arena para ver nacer el sol entre besos y caricias mientras las olas nos lamían los pies desnudos…

Conecto la mesa de mezclas y la pedalera, ajusto el rever al cuatro y comienzo un arpegio en La menor.

Tenías una peca en el labio, lo recuerdas?

Yo también tengo una y jugábamos a juntarlas.

Re menor, aumento el rever y sigo con el arpegio…

La de veces que nos perseguimos por el césped, gritando y riendo hasta caer exhaustos uno en brazos del otro.

Mi menor, disminuyo el arpegio, se me ha caído la púa al suelo…

Y en la noche de San Juan, creábamos nuestra hoguera en la playa, yo llevaba la guitarra y unas cervezas, tú los bocadillos y las toallas, saltábamos las olas, una, dos tres…y al final siempre acabábamos nadando mar adentro, donde nadie nos viera para comernos a besos mientras nos mecía el mar a su antojo…

Hasta esa noche…

Recojo la púa, paso a Distorsión Overdrive y elevo el volumen al máximo…

Hasta esa noche en que al llegar a casa te equivocaste de móvil y al leer los mensajes recibidos alguien que no eras tú me enviaba besos mientras esperaba el fin de semana próximo que estaría solo para quemar las sábanas que no habían ardido el anterior.

La guitarra aulla como un lobo solitario abandonado por su manada, los oídos me van a estallar, pero no importa, las lágrimas queman los ojos, escuecen pero no más que tu recuerdo.

Tu última imagen, amanece, el sol hace su entrada pintando el mar de añil y mis ojos de fuego, yo estoy a la derecha, tan solo se me ve el perfil, el ojo, la lágrima que se desliza sin pausa, en el centro está el sol, difuminado por la vista empañada y a la izquierda, alejándose, tú, montada en tu bicicleta clásica de colores, arrancándole sonrisas al sol, dejando que la brisa juegue con tu pelo, no miraste atrás.

Still living you.

http://es.youtube.com/watch?v=jX6DGToDanc

Letra en castellano

Tiempo, necesito tiempo
para ganar otra vez tu amor
yo estaré allí yo estaré allí
 
amor solo amor
puede devolverme tu amor algún día
yo estaré allí, yo estaré allí
 
Lucha, nena luchare
para ganar otra vez tu amor
yo estaré allí, yo estaré allí
 
amor tu amor puede
romperse las paredes algún día
yo estaré allí, yo estaré allí
 
si fuéramos otra vez
por el camino del principio
yo intentaría cambiar
las cosas que mataron nuestro amor
 
tu orgullo es como una pared tan fuerte
que yo no puedo pasar
no hay ninguna oportunidad para comenzar otra vez
yo te amo
 
intenta, inténtalo nena
confía otra vez en mi amor
yo estaré allí, yo estaré allí
 
amor, tu amor
no debe ser tirado lejos
yo estaré allí, yo estaré allí
 
si fuéramos otra vez
por el camino del principio
yo intentaría cambiar
las cosas que mataron nuestro amor
 
tu orgullo es como una pared tan fuerte
que yo no puedo pasar
no hay ninguna oportunidad
para comenzar otra vez
 
si, yo he herido tu orgullo
y yo se que tu has decidido terminar
debes darme otra oportunidad
este no puede ser el fin
 
aún te sigo amando
aún te sigo amando
necesito tu amor
aún te sigo amando
aún te sigo amando nena


Agua

Me encanta el murmullo del agua.



Enciendo una vela, descorro la cortina y entro de puntillas en la ducha…



El agua está caliente, como mi piel.



El vapor se eleva, jugueteando con mis formas, siento que me rodea, me acaricia…



El agua cae en salvaje cascada desde el grifo de la pared, me deslizo sobre su torrente, dejando que mansamente me posea…



Las gotas se deslizan por mi pelo, caen sobre mi nariz, mis labios, quieren besarme el cuello y yo elevo la mirada, dejándolas ir…



Como un imparable ejército se apoderan de cada milímetro que van capturando, ora mis hombros, mi espalda, cayendo en revoltijos sobre mis talones, creando arrecifes de espuma.



Yo deslizo mis manos sobre mi pelo, cae sobre mis hombros cual lianas mecidas por el viento, mis dedos juegan con mi cuello y se deslizan sobre mi cuerpo.



Despacio, sin prisa, se juntan en mitad del pecho y cual serpientes danzarinas alcanzan mi ombligo…



El agua está caliente…



Y mi piel arde.



Mis manos rebasan mi ombligo, mi ojos se elevan dejando que la casada entre en mi boca.



Mis ensortijados rizos reclaman su atención debida, desean una caricia, suave.



Como un pétalo de rosa acariciando mi mejilla…



Hay prisa.



No hay tiempo…



Tan solo una caricia, suave…



El agua detiene su furia, salgo de la ducha, la respiración entrecortada.



La toalla me abraza y me consuela, el calor de la estufa me lame la piel.



Y ahora, la decisión más difícil del día…



La ropa interior….qué indecisión….



¿slip o boxer?

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Prólogo: Este relato es la segunda parte de “Miradas de Praga”, se puede leer como un relato autónomo, pero tiene más sentido si lo acompañáis primero con su predecesor…espero que os guste..
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Te veo volver la cabeza y, en tus ojos, una lágrima nace y cae durante un instante que es eterno, reflejando en ella el último rayo del luz del atardecer.


No quiero perderte.

No así.

La muchedumbre me envuelve y me lleva en volandas, me arrastra en contra de mi voluntad y tú, te alejas.

No te vayas!! grito en silencio.

Me deslizo tras el puesto de un vendedor de acuarelas, un estallido de color se abre ante mis ojos, decenas de imágenes del Castillo de Praga con el cielo estrellado de fondo, el Puente de San Carlos solitario con una pareja embozada en un pequeño paraguas, alicatadas callejuelas de adoquines y casitas de colores…mis ojos se cruzan con el dueño del puesto, su barba esboza una sonrisa mientras da el cambio a una italiana antipática que habla a gritos, y yo persiguiéndote con la mirada, ¿Dónde estás?

Me zafo del gentío, ejercito mil sonrisas y disculpas. Como un jugador de fútbol en medio del campo sorteo a la multitud y tú, te desvaneces de mí.

Mi respiración acelerada me lleva a la arcada del puente, no te veo, no te encuentro, corro y te busco, como una amante despechada que necesita el último abrazo antes de partir pero, en este caso, ni tan siquiera conozco el olor de tu pelo, negro, como el carbón que alimenta la maquinaria de mi corazón.

De pronto una mano me ase con fuerza y me arrastra sobre la acera, un tranvía rojo con la sirena aullando sobre el asfalto sobrevuela las estrechas vías, dejando mi respiración entrecortada, mis ojos llorosos y mi alma muda y estupefacta.

Miro a mi alrededor y mi salvador no existe, sentada en la acera como un fardo, de cualquier manera, me hago pequeña y enjuta, abrazo mis piernas desnudas, dejo caer sobre las rodillas mi cabeza, quiero llorar pero, no puedo, la rabia, el dolor, la tristeza y el miedo se entremezclan en un llanto contenido.

No te conozco y, sin embargo, me estoy portando como una tonta, te persigo, te necesito…

Cierro los ojos, quiero desaparecer por un instante, como cuando era una niña y escuchaba aquellos gritos provenientes de la cocina Me escondía en el armario de mi habitación oculta entre mantas, chaquetas y juguetes de madera, me sentaba en el rincón más obscuro y cerraba los ojos, en ese instante el mundo desaparecía y creaba mis propias historias, vidas paralelas en las cuales era feliz. Tenía una casa de verdad en el campo, rodeada de amapolas rojas que se mecían con el viento y un pequeño pony marrón y blanco, con una larga crin que le llegaba hasta el suelo y que, cuando cabalgábamos, se hendía mecida por el viento.

Pero, ahora no consigo entrar en mi mundo, se me perdió la llave y, de repente, apareces tú, como un pequeño duende salido de la nada, con tu largo pelo rizado, esos ojos que juegan a cambiar de color con los rayos de sol y una sonrisa que hace temblar mis rodillas, y sin embargo, he huido de ti y ahora me arrepiento, tonta de mí.

Me levanto torpemente, no sé cuanto tiempo llevo sentada sobre el frío suelo, la gente caminaba alrededor mío sin prestarme atención, incluso alguien ha estado a punto de darme una limosna.

Desando mis pasos, se hace tarde y empiezo a trabajar en menos de media hora. Debo cruzar de nuevo el puente, atestado de turistas y carteristas, artesanos de lo propio y de lo ajeno, las piernas me pesan y un hormigueo las recorre mientras vuelven del país de Morfeo.

Preferiría ir por otro sitio pero, este es el camino más corto, de lo contrario tendría que dar demasiada vuelta, y no quiero coger el tranvía, siempre escatimando coronas.

Hoy está Anika tocando la guitarra en su puesto habitual. Morena, de largo pelo rizado y vestida como una antigua gitana, con su larga falda, blusa blanca y collares de conchas… Es una virtuosa y, sin embargo, ésta es su manera de ganarse la vida, tocando para los turistas piezas de Paco de Lucía, Joaquín Rodrigo… Tanto tiempo estudiando para esto. Paso a su lado despacio, un roce de mi desnudo pie sobre su falda, una sonrisa, triste y melancólica, como su música.

Sigo andando, saludo a uno y a otro artesano: al retratista con su gabardina negra y sombrero tejano; a la humilde Eliška con sus trenzas de colores; a la banda de jazz…que tanto me ha hecho soñar… Ando, ando y sueño mientras suena la música, “Everything but the Bird” me envuelve y me lleva, cierro los ojos y vuelo, mis pies conocen el camino…

-Disculpa…? Sorry…?


Una mano se posa en mi hombro, suave como una caricia.

Abro los ojos, sin prisa, envuelta en algodones.

Me voy dando la vuelta atraída por la presión de esa mano.

- Yes…¿ (Sí…)

- I have saved his life and still not be thy name…

( Te he salvado la vida y todavía no sé tu nombre…)


Mi corazón se detiene por un instante, y la aterciopelada voz que me habla se mezcla con los ojos que persigo desde que me crucé con ellos…

Se apagó la Luz.

Prólogo: Hoy abro una nueva sección en este pequeño Café, rebuscando en el baúl de los recuerdos he ido recopilando y redescubriendo un pequeño tesoro que voy a ir compartiendo con tod@s vosotros, esto es, mis canciones perdidas, canciones que se escribieron en un determinado momento de mi vida y que, cada una, tiene una historia añadida, un momento compartido y que más tarde fueron grabadas en una Maketa que guardo celosamente...

Cada una de las canciones irán ligadas a su historia y a un Link para tod@s aquellas personas que tengan curiosidad de acercarse a esas notas...

Hoy os presento este tema, "Se apagó la luz", la escribí a mediados del 2003 aproximadamente, la madre de una querida amiga se estaba apagando, como una vela...y yo no lo sabía, cuando acabé de componer la canción hablé con ella, su llama se había apagado el día anterior.

LINK: http://cid-987cf9ad5c00a877.skydrive.live.com/self.aspx/CANCIONES/02.%20Se%20apag%c3%b3%20la%20luz.mp3

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Y abre la ventana quiero ver el sol

Mañana amanecerá iluminando mi mirada

Mis cansados ojos, llenos de legañas,

No saben distinguir la claridad



Siéntate a mi lado, déjame coger tu mano

Notar la fuerza de mi abrazo

Mi voz se va quedando en un susurro

Mis labios tiemblan y a la vez sonríen



Se apagó la luz, las velas se consumen

La luz se va y con ella se marchó mi alma

Se apagó la luz, el tiempo apremia

La luz se va, y con ella, mis palabras se quedaron mudas



Silencio en la habitación vacía

Soledad envuelta de blanco

Frío en una noche de verano

Vacío que me envuelve y me ahogo



Acompáñame un momento más

Abrázame fuerte mi respiración tiembla

Un beso en tu mejilla, no quiero llantos

Tan solo tu sonrisa



Se apagó la luz, las velas se consumen

La luz se va y con ella se marchó mi alma

Se apagó la luz, el tiempo apremia

La luz se va, y con ella, mis palabras se quedaron mudas

Miradas de Praga...


La ví correr, sus pies desnudos bailaban sobre los charcos y a cada paso, las gotas de agua resbalaban sobre sus tobillos.


Su cabello, lacio, negro azabache cabalgaba sobre sus hombros, ora sobre el derecho, ora sobre el izquierdo, sus manos, querían agarrarse al viento para poder volar.


Miró hacia atrás un instante, un ojo negro, como la noche, se clavó en mis pupilas y en sus labios nació una sonrisa.


La ciudad moría entre rayos de sol que se escondían de mí, los músicos no dejaron de tocar, Always in my mind se grababa a fuego en mi pecho.


El tirante de su hombro derecho resbaló, queriéndose llevar en su descenso mi corazón.


Y yo, voyeur accidental aprieto el pulsador de mi cámara, un segundo, lo que el obturador tardó en abrir y volver a cerrarse, una instantánea y después el vacío,


¿Dónde estas..?


Las agujas del reloj vuelven a recorrer su estrecho camino, cientos de turistas se entrecruzan entre los artesanos del Puente de San Carlos, la banda de jazz renueva su repertorio esta vez con 52nd street Theme, el mundo se mueve y tú, envuelta entre la multitud desapareces, para quedar atrapada por instante en mi memoria… imperdible.

Se me perdió una canción.


Se me perdió una canción, en las trenzas de la luna, se perdió una canción que llevaba tu nombre y a cada instante vuelvo a buscarla y no la encuentro ni detrás de los baúles, donde guardábamos los besos que nos daríamos, debajo de los soportales…


Eran solo dos acordes…un arpegio, 2 notas y varios compases, premeditados, como tus miradas, que me deshacían, y aún…en ellas moriría


Se me perdió una canción, envuelta en celofanes, ensortijados rizos que a tú pelo me recuerdan y vuelvo, y no te encuentro, empañados los cristales…que llevan a tu cama, tu delirio, mi quimera…

Madre

Madre, en tu silencio me crezco
Mi mísera estampa en tu vientre, mi cielo
Hay abismos de dudas que gobiernan, mi encierro
Pero a través de tu sangre, tus latidos, mi mundo.

Anoche soñaba o acaso velaba
Intrépida incógnita que mi razón desvela
Eran acaso tus labios puñales
Que rompían mis luces, mi dicha, deshecha.

Mis ojos sin párpados no saben de soles
Más que el que alumbra y me colma de amores
No entiendo de odios, de gritos, de males
Y a veces los golpes, sin verlos me llueven

Madre, qué crimen comete quien aún no ha nacido
Quien en la noche de tus ojos aún no se ha visto
Quien respira en ti misma, pues eres tú su condena
Y a la vez la paz, que él alienta y espera.

Y si te amara


Y si te amara

Qué mas daría

No importa nada

El norte se suicida

Y si te amara

No importaría

Tus besos rotos

Saben a despedida

Y si te amara

No tendrías piedad

Cada noche, romperías

Un retazo de mi vida

Y si te amara

Y si te amo

Si ya no viviera

Te daría igual locura mía

Sueño

Desnuda…

Desnuda te veo, tumbada en la cama, de espaldas.

Tu piel…

Tu piel cálida me llama.

Tu pelo…

Tu pelo negro azabache, lacio y largo se desliza por tu espalda, acariciando tu hombro izquierdo…

Tu piel…

De nuevo tu piel, blanca y tenue a la luz del amanecer…veteada de pecas marrones que juegan a besarse, a perseguirse por tu mundo…

Tus párpados, dormidos…esconden soles, que alumbran pasiones, mi vida…

En el cristal, gotas de lluvia se deslizan creando crisoles de colores que el alba difumina.

Una hoja ocre, caída del roble que acuna tu ventana, acompasa su caída con cada latido de tu corazón.

Y yo…alargo mi mano mientras cierro los ojos, sueño con acariciar tu cuerpo, sedoso, de terciopelo…

Mis labios desean morir atrapados en tu miel, recorrer cada minúsculo pliege de tu esencia y besarte…

Mi corazón, late de urgencia, tu piel quema…y sin embargo…

El cristal que nos separa es demasiado frío, desde mi ventana, mi vaho te esconde…

El Portal de tus Ojos

Te he visto subir la escalera desnuda
Y alcanzar la luna sin ayuda ni lucha
No te hacen falta promesas de esas
Palabras sencillas que escuchas y vuelan
Y corres descalza sin rumbo ni mapa
Las calles bailando la gotas de lluvia
Más yo colgado de tu pelo te espero y sollozo
Escondido en el portal de tus ojos, de tus ojos…
Que miran sinceros, no mienten ni engañan
Pero queman la piel como ardiente brasa
No hay besos robados, no hay lunas ni soles
Que iluminen mi rincón que está hecho jirones
Escribo poemas con mi alma desnuda
Y rompo en pedazos mis sueños e ilusiones
Te veo bailando en el borde del abismo
Jugando con el Diablo, tu fiel compañero
No roza tu piel ningún pobre humano
Es secreto prohibido, fruta del árbol caído
Y corres descalza sin rumbo ni mapa
Las calles bailando la gotas de lluvia
Más yo colgado de tu pelo te espero y sollozo
Escondido en el portal de tus ojos, de tus ojos…


Podeis escucharla en la siguiente dirección:
http://cid-987cf9ad5c00a877.skydrive.live.com/self.aspx/CANCIONES/el%20portal%20de%20tus%20ojos.mp3

Mi memoria

Mi memoria, no se muere ni entierra sus penas

Enlazadas, las lágrimas negras

Y no tengo, intención de callarme aunque no te gusten mis quejas

Hace demasiado tiempo que los huesos ya estan bajo tierra

El tiempo, no es más que fragmentos de la vida

Por eso, acurruco mi cabeza en su hombro

Mientras siento, que se curva su cabeza y el llanto empaña la pena amarga

Y la memoria que no muere ni olvida clama venganza!!!

La tierra que echaron sobre mi cabeza

sabe a pobreza, días cautivo a torturas y lamentos

Callaron mi voz, dejaron mis manos sin dedos

Y aún así mis palabras sobreviven, malditos seaisss!!!

No hay fusiles ni balas que borren las letras

Que se escribieron con la sangre que brotaba de corazones orgullosos

Que clama venganza el Dios que para ellos era justo

Y se otorge el beneficio del consuelo, se restituya la verdad….

Que se caigan los mausoleos, se derrumben los iconos de la opresión,

Ardan en el infierno las insignias que llevaran por bandera

Que el tiempo devuelva la paz y cure la herida

Que abierta sigue en la piel donde mis pies se apoyan…


© J Marzo



Despertar


Cuando despierto, sé que no estoy solo, todavía queda a mi lado izquierdo el calor amortajado de tu presencia, las sábanas me devuelven la calidez de tu tibia piel como una recompensa.

Cuando despierto, todavía creo escuchar el gotear del grifo de la ducha, la rebelde gota de agua caliente resbalando por esa cañería que se empeña en volar libre, como tu perfume, que perdura día a día aprisionado entre las cuatro paredes de esta estancia que es nuestro mausoleo particular…

A veces, incluso, la tibia luz de la mañana al filtrarse a hurtadillas a través de las cortinas, arranca destellos a tu sonrisa dormida…

Otras sin embargo, vaga sin rumbo sobre las sábanas, buscándote sin encontrarte…esas ahora, son las más…

Y entonces, creo escucharte, el aroma de café se desliza desde la cocina para buscarme, yo obediente, alzo mis hombros, desperezo los sueños y encandilo ilusiones, pero al final, cuando te veo, mi mundo se desvanece, tu foto en la mesilla de noche, sonriéndome desde tu mundo, el colgante de garfield de plata, que tanto te gustaba colgado de un lado del marco, me recuerda tu ausencia, me golpea la realidad y me doy cuenta de que todo son recuerdos, y el silencio inunda un cuarto vacío, donde el calor de tu cuerpo ya no alimenta mi cama, sin embargo, en el armario tu ropa te espera, en el baño, tu neceser intacto suplicando tu piel…y yo, miro despacio al lado derecho, donde ella me espera para recordarme, que al menos yo respiro, aunque dependa mi vida de una carroza de acero para sobrevivir, ese es mi precio, a un semáforo en rojo.



© J Marzo

Viviendo Praga, Otoño de 2007.




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